A los manteros los caza la policía por sorpresa en nuestras calles, les decomisan la mercancía, los llevan a comisaría o los expulsan del país porque, para buscarse la vida, no tienen otra que evadir cuatro perras al fisco del que, por cierto, en casi nada se benefician. Es tan sañuda la ley que hasta los artistas, hipotéticamente perjudicados, hicieron campaña contra ella, apoyados por los mismísimos jueces que aplican el código, disconformes muchos de ellos con que pueda ser delito tratar de sobrevivir.
Sin embargo, a los verdaderos defraudadores del erario público, que se forran evadiendo impuestos y capitales, Hacienda los avisa a tiempo para que puedan evadir también las penas, proporcionalmente ridículas con el delito perpetrado, y hasta los Inspectores de Hacienda protestan por este trato de favor, dado que los coloca a estos funcionarios en una situación moralmente imposible a la hora de exigir a la mayoría el cumplimiento estricto de sus obligaciones fiscales. Son miles esos “manteros de manta blanca” que ocultan en Suiza y otros paraísos sus miles de millones de euros, conseguidos aquí con el trabajo tantas veces precario de muchísimos más o con criminales comercios ilegales.
Los manteros, propiamente dichos de nuestras calles no son delincuentes, sino víctimas de un estado de necesidad extrema que precisamente provocan, en muy buena parte, esos “manteros de manta blanca”, a los que la ley trata con suavidad y la Administración con dulzura.
La manta blanca es una nube densa de microscópicos mosquitos, muy agresivos, que se percibe como una masa lechosa, al trasluz del ocaso, en las orillas de los ríos que conforman la cuenca amazónica en la Selva Central del Perú. Su presencia, cada atardecer, hace imposible la vida tranquila en la orilla misma de los ríos y por eso las comunidades indígenas instalan sus poblados un centenar de metros, más o menos, alejados del cauce.
Con los manteros de nuestras calles es posible la convivencia porque también ayuda a ello su esfuerzo, siempre pacífico y tantas veces resignado, por sobrevivir, pero la manta blanca no hay pueblo que pueda soportarla.
Es necesario respetar las leyes, claro está, pero las leyes han de ser respetables y las administraciones serias y ecuánimes. En caso contrario tendremos que alejarnos de la orilla.