El Sr. Alcalde de Madrid es reincidente y contumaz. Primero, apoya la iniciativa de Vox en, en el pleno del Ayuntamiento madrileño, de conceder la Medalla de Honor de Madrid a Israel, en pleno ataque criminal a Gaza. Pero acordada la concesión en el Pleno del Ayuntamiento, naturalmente con la oposición de Más Madrid y del PSOE, el acuerdo es sometido preceptivamente al informe de los Cronistas de la Villa, que lo rechazan por mayoría. Ante esto el Sr. Martínez Almeida decide, en una suerte de emendalla para sostenella, otorgar la distinción a la Comunidad Judía de Madrid (sic).

La triquiñuela, como todas las artimañas, en lugar de encubrir o evitar un daño, lo que hace es descubrirlo y multiplicar sus efectos perversos, porque viene a implicar a una comunidad que, en principio y como tal, es ajena al crimen contra la humanidad y  al genocidio del pueblo palestino que perpetra el Gobierno Sionista de Israel, con lo que el Alcalde de Madrid, a fuer de sionista, implicando a los judíos madrileños lo que viene a provocar es antisemitismo

Ahora reincide. Cuando la masacre, programada y sistemática, de la población civil gazatí  es evidente, al  Sr. Almeida no se le ocurre otra cosa que negar la realidad diaria de un genocidio de libro porque, explica, “genocidio fue el del pueblo judío durante la segunda guerra mundial” y, simplemente, “no me gusta lo que estoy viendo”. Es decir, que genocidio solo hubo y puede haber uno. Este señor nos toma por imbéciles.

Pero es verdad que negadores del genocidio palestino hay algunos más que  el Sr. Almeida. Solo que estos esgrimen algún argumento, no chorradas. Es el caso de los se dicentes equidistantes, como si en este asunto cupiese o fuese posible la neutralidad.

Suelen argüir, estos eclécticos opinadores, que solo cabe hablar de genocidio cuando un tribunal o instancia competente así lo establezca. Lo que pasa es que este raciocinio es un argumento ad hoc y solo se aplica, curiosamente, en este caso. Si es un atentado islamista o, en su día, de ETA, por ejemplo, nadie espera a ningún tribunal para que todo dios califique el hecho de terrorismo, oficial y oficiosamente, en público y en privado, sin ninguna restricción mental. ¿Por qué, en al caso del intento de exterminio programado del pueblo gazatí, que eso es un genocidio, esto no se puede o debe decir?

Somos poco ecuánimes en estos asuntos. Si un tipo comete un crimen al grito de “Alá es grande”, enseguida lo calificamos de terrorismo y, acertadamente no decimos “islámico”, sino “islamista”. Pero en el caso de que el crimen se cometa al grito de “¡Viva Cristo Rey”, -que los hubo-, ¿qué decimos? Naturalmente, no debemos decir “cristiano”, como no decimos islámico, pero tampoco “tenemos” la palabra “cristianista”, que debiéramos tener, porque en nombre de Cristo también se mata y hace terrorismo.

Recuerdo que hace unos años se intentó, en la ONU, establecer una definición clara de terrorismo, pero EE.UU. se opuso argumentado que no era necesario ya que “terrorismo es simplemente  lo que huele  a terrorismo”. Pero, claro, solo reconocen un  epitelio olfativo: el suyo.

En Gaza se está cometiendo un genocidio, diga lo que diga el Sr. Almeida y “digan lo que digan los demás” eclécticos, aunque esgriman algún argumento y no chorradas como las del Alcalde de Madrid.

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