““Nosotros hacemos  vida en la cocina”. “Pues nosotros no, nosotros más en la sala”. ¿Alguna vez habéis oído esto? Yo sí, muchas veces. Era, sobre todo, cuando las casas de las clases populares o sedicentes medias no eran tan “zulos” como ahora.

En los tiempos marengos de mi infancia y juventud, las casas, aún las modestas, tenían una cierta amplitud. La estancia, donde se cocinaba no era pequeña: solía tener una “cocina bilbaína”, de leña o carbón, un fregadero, una despensa (Todavía no había neveras), algunas repisas adosadas a la pared que llamaban “alzadero” y con frecuencia, la mesa familiar para el desayuno, el almuerzo y la cena o, incluso, para los niños hacer los deberes. En la cocina también estaba la radio (No había llegado la TV) para oír “el parte”, las novelas radiofónicas de las tardes y, en algunos casos y con mucha discreción, Radio París, la BBC o la Pirenaica. En muchas viviendas no había “sala de estar”, más allá de algún rincón con mesa camilla, donde la abuela o la madre calcetaban, zurcían y remendaban. Podría haber un comedor, pero se usaba casi exclusivamente para cuando había invitados. Algunas casas, creo que las menos, podrían tener salón o sala de estar.

En el cuarto de baño se hacían las abluciones propias de la higiene personal, se realizaban las necesidades fisiológicas de mayor y menor cuantía o, en ocasiones, las niñas de la casa se encerraban para sus confidencias y cotilleos. En las habitaciones se dormía, se descansaba y se copulaba y/o se hacía el amor, que no siempre es la misma cosa.

Pero, lo que se dice o decía “hacer  vida”, se hacía en la cocina o en la sala, cuando la había. “Hacer  vida” se podría decir, por lo tanto, que es o era, la socialización y la convivencia familiar: conversar, soñar, hacer planes, discutir, regañar, contar historias, reír, acariciarse, llorar o jugar. “Hacer  vida” es la expresión que da cuenta de la importancia, extensa e intensa, que tenían entonces las relaciones personales diarias en el ámbito doméstico. “Hacer vida”  era, pues, lo cardinal, lo fundamental para consolidar lo lazos familiares, para educar, para transmitir recuerdos, mitos y tradiciones. Era la primera zona de confort, de desarrollo personal y de seguridad.

La familia está cambiando mucho. Digo yo. Por un lado, se reduce en número de miembros y se limita cada vez más a padres e hijos casi exclusivamente. Abuelos, tíos o tío-abuelos se “externalizan” o derivan a residencias, al tiempo que los hijos, pocos o únicos, se eternizan en el hogar paterno o materno. Y por otro lado, empiezan a menudear los que se llaman compañeros de piso, que pueden alcanzar, digamos, “relaciones para-familiares” y cobra creciente relevancia el núcleo de las amigas o amigos, donde se viven relaciones de convivencia y ayuda mutua, necesarias e imprescindibles, que antes eran prácticamente monopolio familiar.

Me parece que la expresión “hacer  vida” tiene su aquel y cobra un sentido muy especial en un mundo superpoblado que, contradictoriamente, sufre una fatídica pandemia a causa del virus denominado SND: “Soledad No Deseada”. Cuantos más somos, más solos estamos y nos sentimos.

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