Celebran los griegos el aniversario del inicio de su lucha por la independencia del imperio otomano, lo que consiguieron hace ahora 200 años. Yo siempre sentí a Grecia como una madre patria. “Matria”, que nos legó su pensamiento, su palabra y sus dioses y diosas que, por cierto y en realidad, vienen a ser los que “procesionamos” en nuestra semana santa. Menos este año, claro está.

En la recesión del 2008,  los prebostes neoliberales europeos, para salvar a los ricos  de la crisis y hacer posible que, incluso,  se beneficiaran de ella, decidieron castigar, humillar y someter, primordial y especialmente a Grecia, aplicando “sin complejos” su diabólica estrategia neoliberal. Me sentí mal, pero por bien vino que, pensando en Grecia, me acerqué a los limpios y diáfanos versos de Yorgos Seferis y, par mí, fue un hallazgo.

La profética clarividencia de los verdaderos poetas es sobrecogedora. Yorgos Seferis, a bordo de la motonave Aulide, todavía en puerto y esperando para salir, escribe un poema: “Donde quiera que viaje Grecia me duele”. Era el verano de 1936. Seguramente el poeta evocaba  la tragedia de su Grecia natal, la Esmirna entregada a los turcos, de la que había salido en 1922, incrustado en el éxodo dramático de millón y medio de griegos doloridos y marcado para siempre por la gran carnicería que evoca en su poema: “Entretanto Grecia sigue su viaje, el viaje sin cesar y si ‘vemos florecer de cadáveres el Egeo’, son aquellos que quisieron ganar a nado el gran barco, aquellos que se hartaron de aguardar los barcos que no zarpan”. También es muy posible que la gran tragedia española, que empezaba aquel verano, latiese en el fondo del poema evocador de su propio drama. “Silban los barcos ahora que cae la tarde en el Pireo, silban sin cesar, silban, pero ningún cabrestante se pone en marcha, ninguna cadena brilla empapada con la última luz que muere, el capitán está petrificado en blanco y oro”.

Tres cuartos de siglo más tarde, Yorgos Papandreu, “petrificado en blanco y oro”, pudo leer lo que le sucedía a su país en el profético poema de Yorgos Seferis. Grecia es un barco que no zarpa, mientras “florece de cadáveres el Egeo”. A Seferis le duele Grecia: “un telón de montañas, archipiélagos, granito desnudo…” y aclara que el barco en que viaja “se llama Agonía…”

“Todos somos Grecia”, podía leerse aquellos días en tantas y tan agónicas pancartas y proclamas que, aquí y allá, se levantaban en Europa. Y lo somos ciertamente, no solo porque Grecia sea el ADN que contiene la información genética de nuestra civilización, sino también porque se convirtió en el paradigma de nuestra cruda realidad europea y, en consecuencia, nos salvaremos con Grecia o con Grecia nos hundiremos. Ello va a depender de que nuestro barco, “Agonía”, zarpe a la lucha y se enfrente en la contienda o se quede anclado en la angustia, que ambas cosas, angustia o lucha, puede significar la palabra griega agonía.

“Un poco más y veremos los almendros florecer, brillar los mármoles al sol y ondularse la mar. Un poco más elevémonos aún un poco más”, es también la propuesta de Seferis.

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