Muchas palabras llegan a entrañar conceptos distintos o a tener significados dispares e incluso contradictorios o contrarios, a lo largo del tiempo. No es lo mismo hablar del cinismo de Diógenes de Sinope que del cinismo de José María Aznar, por ejemplo.

Diógenes el Cínico crea y se implica con una doctrina filosófica que consideraba que el ser humano tiene, per se, la capacidad de ser feliz y, por tanto, ha de buscarse a sí mismo y despreciar la riqueza, las preocupaciones materiales y las convenciones morales al uso, criticando todo esto con la ironía y la burla. Aquellos cínicos, que crearon escuela, eran austeros, frugales y radicalmente críticos con la corrupción, convencidos de que quien tuviese menos necesidades sería más libre, mejor persona y más feliz.

El altivo cinismo de José María Aznar no es adhesión a una doctrina filosófica. No.  Su cinismo es el que describe con precisión la RAE en la, hoy, primera acepción de la palabra: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa de acciones o doctrinas vituperables”. No me digan que la definición de la Academia no clava al Sr Aznar. Basta recordar su esperpéntica soberbia y grotesca altanería con su “digo Diego” sobre las inexistentes armas de destrucción masiva en Irak o su ladina explicación sobre la boda de su hija, endosando la invitación de los corruptos a su yerno.

Este comportamiento cínico se detecta muchas veces en demasiados políticos, desgraciadamente de todos los signos, que lo utilizan como arma política  o como último bastión defensivo para justificar lo injustificable y lo más abyecto. Ahora bien, el cinismo es moneda corriente entre altos dirigentes de la derecha española. Fíjate, si no, en la comparecencia testifical de la flor y nata de la cúpula del PP, tanto en el caso de la Gürtel como, estos días, en la pieza de los papeles de Bárcenas.

Es muy revelador la “anécdota” que cuenta el cronista judicial, Esteban Gómez, sobre la declaración de Arenas  en la vista del caso Gürtel en junio de 2017: “Lo primero que hizo Javier Arenas al terminar de declarar y abrir de nuevo la entrada a  la salita en la que esperan los testigos fue reírse. Una risa guasona que se oyó por un error de cálculo; no esperó a cruzar el marco de la puerta. No sabemos cómo respondieron dentro los pesos pesados que esperaban: Ángel Acebes, Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja…Desfiló por delante del tribunal una era de la política española. Dijeron poco y negaron mucho, pero representaron a la perfección el broche de cieno con que se ha cerrado un periodo histórico que pretendieron vender como apoteosis de la prosperidad”.

Además de ese “broche de cieno” que supuso la comparecencia, es esa “risa guasona” el signo clínico, más que síntoma, de un ejercicio nítido de cinismo. Es la burla cruel del que sabe que puede hacer alarde desvergonzado, público y oficial, “en el mentir o en la defensa de lo vituperable”. Presumiendo de impunidad, se burlan de todos: de los que les acusan, de las víctimas de sus fechorías, de la ciudadanía que paga las consecuencias de sus actos y de los tribunales.

El cinismo es también un peligroso agente catalizador de la corrupción en el sistema y en el cuerpo social, precisamente porque trata de normalizarla como algo inevitable que, además, goza de impunidad, mientras desprestigia la honorabilidad y la honradez como algo ingenuo y quimérico. Que es lo que vienen haciendo desde que se inventaron el “buenismo” para desprestigiar la bondad y la bonhomía. Y lo peor de todo es que esta mierda la están comprando prebostes y mandarines de todos los colores y, desgraciadamente, mucha gente del común.

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