El primer indicio de ruindad que yo pude detectar en el comportamiento público y político del señor Núñez Feijóo, fue en su campaña electoral contra el señor Pérez Touriño en el año 2009. No quiero decir que no haya habido antes algún síntoma. Simplemente yo lo desconozco.

Eran los tiempos de Zapatero en el Gobierno de España. Momento en que, desde la  “derechona” española se acuñó aquello del “buenismo” para combatir la idea, muy vigente, del buen talante del presidente socialista. Así fue como el buen talante, la benevolencia, la cordialidad y las buenas formas se presentaron como algo, en principio, ingenuo y risible para, luego, convertirlo e sinónimo de ineficaz, inútil e incluso pernicioso, sobre todo en política. Bastó añadir a lo bueno el sufijo “ismo” con la intención de otorgarle cierto carácter doctrinario, para tratar de desvirtuar y corromper la palabra y el concepto. La derecha española más reaccionaria seguramente se convirtió así en precursora de la aviesa y perversa utilización actual de la palabra “woke”.

En este clima se produce lo que yo entiendo como el primer paso público del señor Feijóo hacia la ruindad y la vileza políticas, en su campaña para alcanzar la presidencia de la Xunta de Galicia. Creo no errar si digo que aquella campaña electoral del 2009 fue la campaña más sucia, hasta aquel momento, de todas las elecciones autonómicas. El recurso a la insidia, a la hipérbole maliciosa, al bulo y a la deturpación de la verdad estuvo muy presente en la campaña del PP de aquel año. Con todo, comparado con lo que hoy hace y dice el Señor Feijóo, aquello  me  parece un intercambio de pareceres de guante blanco.

Lo que en sus inicios fue un indicio de cierta ruindad en la actitud y comportamiento político del señor Feijóo, ha tomado hoy una deriva inquietante, peligrosa y canallesca. La utilización del bulo, de la mentira, de la tergiversación y retorcimiento de la realidad, el estímulo de los peores instintos y sentimientos del ser humano, las actitudes más chulescas, atrabiliarias y agresivas, la invasión de la vida privada del adversario para deformarla y falsearla, el recurso al insulto más soez y a la descalificación más radical están convirtiendo la vida pública en una ciénaga, en una cloaca.

El asunto es grave e inquietante porque lo canallesco, si no se extirpa, se contagia, contamina todo y tiende a encanallar las relaciones entre las personas, a envilecer  la vida social y comunitaria. Se corrompe así y se pervierte la política misma, con lo que las administraciones, los gobiernos, las instituciones, los partidos y asociaciones se deterioran gravemente, hasta la vileza y la depravación. De hecho, es deprimente ver como lo canallesco alcanza ya a gran parte de los actores políticos de signos distintos, de tal forma que se produce la, de momento,  falsa impresión de que “todos son iguales”.

Las víctimas principales de todo esto son siempre las personas que, en su inmensa mayoría, son buenas personas, e decir, las ciudadanas y ciudadanos que, en su inmensa mayoría, son buenos  ciudadanos y ciudadanas  y, en modo alguno, se merecen esto, pero pagaran el pato. Incluso el “pato” de encanallarse, en cuanto los alcance esta maldita deriva.

 

 

 

 

 

 

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