El verano es, me parece, la época del año en que más fiestas de la Virgen se celebran en España. Hoy mismo, por ejemplo, en Cantabria se celebra el día de la Virgen Bien Aparecida o, en Tenerife y La Graciosa, Nuestra Señora de los Volcanes. Y a saber cuantas fiestas marianas más en pueblos y parroquias de España.
Las diosas en el Olimpo juegan el mismo papel que las mujeres en el Ágora y las diosas en las religiones politeístas juegan el mismo papel que las vírgenes en las confesiones cristianas, especialmente en el catolicismo.
El cristianismo asumió el culto politeísta a las diosas utilizando la figura de María, la presunta madre virgen post partum de Jesús de Nazaret. El procedimiento fue una suerte de clonación de la Virgen en quizá miles de “advocaciones” que permite a los teólogos conseguir que la virgen sea una y varias al mismo tiempo. Pero vete tu a decirles a los devotos o fans marianos que la Macarena, la Esperanza de Triana o la del Rocío son la misma cosa.
Con todo, la religión es cosa de hombres. Las religiones politeístas y monoteístas. Aunque teólogos y sacerdotes digan que Dios no tiene sexo ni género y que ni estas ni otras categorías humanas le son aplicables, porque Dios viene a ser “el absolutamente otro”, lo cierto es que el ser supremo y los dioses principales que viven en el pensamiento y en el corazón de los seres humanos creyentes, son masculinos.
El dios, que las construcciones teológicas y doctrinales de todas las religiones, especialmente las monoteístas, colocan en el vértice y centro de sus idearios es varón, es masculino. Quizá sea esta nota el mejor indicador de que los dioses y las religiones son creaciones del hombre. Del hombre en sentido estricto, es decir, de la cultura masculina y patriarcal predominante en la historia de la humanidad. Por eso los hombres han reservado para ellos la alta dirección de las organizaciones religiosas y la producción del pensamiento teológico y han dejado para la mujer, como en todo lo demás, los servicios y el cuidado de los templos, la devoción, la veneración y el fervor religioso, es decir todo lo que es un ejercicio de sumisión y servidumbre.
Es natural, en consecuencia, que todas las religiones, creo que sin excepción, resulten un tremendo obstáculo para el avance de la emancipación de la mujer. El acceso laborioso de algunas mujeres a la jerarquía de alguna que otra confesión religiosa, demuestra más la voluntad firme de la mujer por emanciparse y por liberarse en todos los terrenos, que una presunta “conversión” cardinal al feminismo de las corporaciones religiosas. Más aún, las jerarquías eclesiásticas presienten, y a mi juicio presienten bien, que los avances en la emancipación de las mujeres constituyen una amenaza radical a sus potestades y a las religiones mismas, sobre todo en las aspiraciones, propias de toda confesión religiosa y en estos momentos muy vivas, de ejercer el control ideológico y moral sobre la sociedad.
Es por todo esto que el pensamiento laico, el laicismo del Estado y de la sociedad, como marco abierto de convivencia respetuosa con todas las creencias e ideologías, es el ámbito en que mejor se mueven las organizaciones que luchan por la emancipación de la mujer; y que el agnosticismo o el ateísmo, como actitud no dogmática del pensamiento que reconoce humildemente la inaccesibilidad a lo divino, es la posición más frecuente entre las líderes femeninas y feministas. Porque Dios es cosa de hombres. Es como lo voy viendo.