La violencia irracional, gratuitamente cruel e injusta  además de sumirnos en el dolor, el desconsuelo, la rabia y la sed de venganza, siembra la duda sobre las  posibilidades reales  de que el ser humano pueda realizarse alguna vez, como especie, en el bien, la verdad, la justicia o la belleza.

Nos invade el siniestro pesimismo de un presunto destino inexorable y fatal: no tenemos remedio, no hay más salida que aplicar el ojo por ojo, aun sospechando que el final supondrá inevitablemente la ceguera de todos.

“Homo homini lupus”, nos inclinamos a pensar con Plauto que, en clave de comedia, reflexiona sobre la perversidad, el egoísmo y la sordidez esencial del ser humano. A Hobbes le sirvió el aforismo para justificar el poder absoluto como única forma de reducir la maldad natural del ser humano, pero el filosofo “hace trampa” porque solo utiliza parte de la sentencia, que en realidad decía: “El hombre es un lobo para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quien es el otro”.

Esto cambia el sentido. Los tiranos, criminales y genocidas han desconocido siempre a las personas que masacran. Nos han desconocido a todos. Siempre demonizan a las víctimas. Se las denigra, culpabiliza, despersonaliza y se las  deshumaniza. Las víctimas ni siquiera son efectos colaterales de la crueldad sanguinaria del tirano y del genocida. Se decreta su desconocimiento. Son solo malvados, herejes, judíos, gitanos, moros, infieles, cruzados, réprobos, terroristas y ahora, en el colmo de la vileza y del “desconocimiento”, MENAS. En definitiva, irredentos culpables de todo lo malo que sucede. Las víctimas de la violencia machista lo saben muy bien: “Mira lo que me obligas a hacerte”.  Esto es el desconocimiento radical del otro, del que habla Plauto.

Será bueno e inteligente tener en cuenta estas cosas ahora, cuado hemos de elaborar y aplicar nuestra respuesta personal y colectiva a la barbarie. No valdrá el simplón, bíblico y macabro ojo por ojo, porque a nada responde y desconoce al otro e incluso a uno mismo; no valdrá la concepción meramente pesimista del ser humano, que solo nos aleja de la convivencia en libertad y nos aproxima a la tiranía, que nada soluciona nunca.

Creo que fue Séneca el que leyó bien a Plauto y por ello el cordobés dejó muy claro que “el hombre es sagrado para el hombre”. Y porque es sagrado el ser humano, nunca hemos de “desconocer quien es el otro”, cualquier “otro”, todo “otro”.

Sólo así se podría evitar que paguen justos por pecadores, que cristalice el odio, que la fuerza entre en la diabólica espiral de la violencia, que el “ius” se vuelva “iniuria”.

Sólo así podremos acertar con la mejor y más eficaz respuesta y podremos saber quienes deben ser los destinatarios de la razón de nuestra fuerza y quienes los de la fuerza de nuestra razón.

 

 

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