Mónica Oltra no ha caído. Ha sido derribada por “agentes” que han utilizado la Justicia como instrumento. Es decir, la Justicia ha sido y está siendo instrumentalizada por la extrema derecha para la lucha política partidista.

Esto ni es nuevo ni es exclusivo de la extrema derecha, aunque me parece que la derecha extrema y la no tanto, con sus fundaciones, tinglados y chiringuitos, son los que más recurren a esta herramienta de demolición política. “Son de los nuestros”, deben de pensar.  Y ello tiene su lógica en este país que cuenta con un poder judicial y una Administración de Justicia bastante en entredicho, por la excesiva frecuencia con que, la vieja dama, se sube la venda del ojo derecho.  Basta ver cómo conspicuos órganos judiciales, a veces por acción pero muchas más por silencio y omisión, son verdaderos cómplices  de incumplimientos flagrantes, como puede ser  el  del mandato constitucional de su propia renovación, sin ir más lejos.

Tampoco el fenómeno de la instrumentalización de la Justicia para batir al adversario  político es exclusivo de este país, aunque aquí se nota mucho y se ve que la cosa va a peor. En todo caso,  jueces y magistrados corruptos o manipulados siempre argüirán que ellos se limitan al “cumplimiento de la ley”. Sabiendo, como saben, que muchas veces “cumplimiento”  significa, lisa y llanamente, “cumplo-y-miento”. Lo que vendría a ser el clásico fraude de ley.

Convendría pues, por salud democrática, arbitrar normas, legislar y establecer mecanismos que protejan a la ciudadanía de la instrumentalización política o corporativa de la Justicia y a la Justicia misma de los virus o bacterias que puedan infectarla. Tipificar y penalizar la instrumentalización política o corporativa  de la Justicia, incluso en el grado de tentativa, debiera considerarse y pronto.

Los partidos políticos -todos-, por su parte, deberían dotarse de normas, recursos y protocolos que hagan inútiles y fallidos los intentos de  acoso y derribo utilizando en falso la Justicia como arma y herramienta. Todo ello sin menoscabo alguno de la asunción de responsabilidades políticas, civiles y penales.

Sería todo, o casi todo, más limpio, “más mejor” y más bello.

 

 

 

 

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