No soy mucho de fútbol, pero es inevitable. Este deporte-espectáculo-negocio está en nuestras vidas querámoslo o no, nos guste o no. Reconozco también que la eclosión del futbol femenino, en los últimos tiempos, reclamó mi atención. Sobre todo porque, además de femenino, resultó ser feminista. Y tengo para mí que son las mujeres, con su elaborado y plural pensamiento feminista, el único sujeto político de carácter global con capacidad cultural, ética, política e incluso, en el sentido primigenio del término, económica  de dar salida a los principales problemas que parecen acorralar, hoy en día, al “género humano”.

Asistimos al éxito y los triunfos del fútbol femenino en todo el mundo y muy notablemente en España. Emergió desde especiales condiciones de marginalidad y precariedad, objetivamente inducidas, en un ámbito deportivo especialmente machista y patriarcal. Lo hicieron con un trabajo concienzudo, sereno, resistente a un ambiente general indiferente o adverso y resiliente dentro de unas estructuras deportivas corrompidas y corruptoras; lo hicieron suaviter in modo y fortiter in re; lo hicieron “partido a partido”, como diría el Cholo, jugadora a jugadora, árbitra a árbitra, con sororidad, lucidez e inteligencia. Su calidad deportiva, sus triunfos, su colectivo y habitual  saber estar en las victorias y en las derrotas y, sobre todo, su extraordinaria, serena y equilibrada valentía las catapultó al primer plano del interés público. Sufrieron y sufren pero ganaron y van ganando.

Pero su éxito más relevante, para mí sin duda alguna, fue la peripecia de haber convertido el éxito de su trabajo en una victoria de la mujer: cultural y política, de  trascendencia global y de influencia directa en millones de niñas, mujeres y hombres. Una victoria cultural porque contribuye, sin ruidos ni estridencias, a un cambio de mentalidad colectiva:  oxigenante y esperanzador. Y una victoria política, en el sentido más genuino y noble de la política, porque sin partidismos sectarios ni seudo-principios  doctrinarios y excluyentes, contribuyen eficazmente a ir cambiando  ejes del poder patriarcal, a sanear instituciones corruptas y  a sembrar valores y anhelos, personales y colectivos, que nos ayudan a mejorar.

Estas sensaciones me llevaron a observar a estas jóvenes mujeres en sus comparecencias públicas y pude constatar enormes diferencias, de fondo y forma, con las declaraciones y valoraciones que hacen sus colegas masculinos, tanto sobre sus actuaciones deportivas como sobre otros temas de presunto interés general. No hay color. No todos pero en su mayoría, los futbolistas se muestran más torpes, imprecisos, erráticos,  miedosos, muchas veces estridentes, pobres de vocabulario y ricos en lugares comunes. Por el contrario, las futbolistas, también en su mayoría, parecen más cultas y cultivadas, más precisas, abiertas y a la vez prudentes, equilibradas y como cargadas de sensatez y respeto a compañeras y rivales.

También en esto van marcando el paso.

 

 

 

 

 

 

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