Esto del fin y comienzo de los años no deja de ser una convención, colectivamente asumida. Una de esas convenciones “generales” que nos sirven, personal y colectivamente para algo así como organizar nuestras vidas. Tienen también su incidencia, las convenciones, en ese mecanismo, llamado asociación de ideas, que nos sirve para conocer y aprender y que viene a ser algo así como aquello de que, en nuestra cabeza, siempre “una cosa lleva a la otra”.

Resulta un tanto misterioso este proceso de la mente que, previamente a que produzca, se considera ligado al azar, pero que, a posteriori, cuando estas en ello o has llegado a su fin, se ve como algo racional, lógico e incluso previsible.

Viene a cuento la cosa, al caer en la cuenta que este treinta de diciembre, sin saber por qué y cómo de repente, me acordé de que a mi padre no le gustaba nada el arroz y que él explicaba este rechazo a que lo “había aburrido” durante sus tres años de mili en plena guerra de África contra los rifeños de Abd el-Krim, viviendo muy de cerca, incluso, el Desastre de Annual.

Mi padre recordaba y me contaba, dolido, como los oficiales del ejército español en África vivían a lo grande despilfarrando los recursos del presupuesto y ganando ascensos, paradójicamente por méritos de una guerra que estaban perdiendo, mientras los “soldaditos”, mal pertrechados y peor alimentados, caían como moscas, un día sí y otro también, en las emboscadas de los rifeños. Consideraba mi padre que la moral de la tropa estaba por los suelos y deshilachada como sus alpargatas y contaba que entre los soldados corría la especie de que, en realidad, lo que estaban defendiendo eran los intereses y las minas de la familia de los Romanones, uno de cuyos miembros era comandante de su batallón.

Licenciado y feliz por salvar el pellejo, mi padre regresa a la España de Miguel Primo de Ribera, convulsa por el resultado de la guerra de África y lastrada por una crisis crónica que afecta muy especialmente a los de siempre, las clases populares, especialmente al campesinado, cuya juventud emigraba en masa a América. Este camino sigue mi padre y, precisamente en 1924, llega a la Cuba de Gerardo Machado, un autócrata admirador de Benito Mussolini, quien en 1925, hace justo cien años el 3 de enero, pone fuera de la ley a todos los partidos políticos italianos y se queda con el Partido Nacional Fascista como partido único.

Y, por cierto, también en 2025 se cumplen cien años, de la acumulación del poder por Stalin en la URSS, de la expulsión de Trotski del Gobierno y del Soviet  Supremo y de la publicación del Mein Kampf de Adolf Hitler.

De la catadura de Gerardo Machado daba cuenta un chascarrillo que, según mi padre, corría por la Habana de aquellos años. Cuando el Presidente acababa de dar cuenta de su exquisito almuerzo cada día, exclamaba satisfecho: “¡Comió la Habana!”

Cien años se cumplen también en el año 2025 del acuerdo entre Francia y España y del plan  del General Pétain y Primo de Ribera para atacar, juntos a Abd el-Krim, del desembarco de Alhucemas, de la ofensiva de Pétain a los rifeños y de la caída de la República del Rif.

Y así fue como, por la convención general que acordamos para medir el tiempo, al recordar que a mi padre, Andrés, no le gustaba el arroz, se me desencadenó esta misteriosa asociación de ideas que hizo procesionar por mi mente, en inquietante Santa Compaña, a Abd el-Krim, los Romanones, Miguel Primo de Ribera, Gerardo Machado, Benito Musolini, Iósif  Stalin, León Trotski, Adolf Hitler y Philippe Pétain. Contemplando este desfile de hace cien años y considerando lo que nos ha sucedido en este 2024 , la cosa no deja de ser inquietante. En todo caso, como dice LILA, Feliz 2025 a todas y todos, “pase lo que pase”.

 

 

 

 

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