La lluvia pertinaz de este día gris marengo invitaba a arrebujarse en casa. Sonó el timbre y Lila fue a abrir la puerta con el “quién será” en la cabeza. Una niña de unos doce o trece años, con su chubasquero gris que cubría su melenita morena, y un muchacho, más bajito o más pequeño y de ojos como platos ofrecían, talón en mano, una rifa.

– ¡Vaya!, empezó Lila como inicio para declinar la oferta, pero entró al trapo: – Y de qué es la rifa?

– Es para el viaje fin de curso. Rifamos un Ipad, respondió el niño.

– ¿Cuánto valen?, preguntó Lila

– Dos euros, dijo la niña y añadió, pero tenemos dos arrancadas.

– Vale, dame esas dos. ¡Carlos, dame cuatro euros, ¿Tienes?

Y mientras buscábamos la pasta, la niña soltó:

-¡Que linda…!.

– Y Lila, un tanto perpleja: Que?¡¡¡

– Es que eres muy guapa, remató la cría.

– ¡Tú sí que eres guapa!, sentenció Lila que, creo, tuvo la sensación de que le había tocado el premio

Efectivamente, la niña era muy guapa, pero sobre todo muy lista y empática, porque es de notar que el halago se realizó con la operación cerrada, no antes, que hubiera sido puro marketing.

Algo cuchicheaba la parejilla al irse.

Donde se prueba que la dicha se teje con cosas muy pequeñas, pero que brillan especialmente en un tiempo gris marengo.

 

 

 

 

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