Afganistán fue durante muchos años, los de la ocupación soviética, un campo de batalla caliente de la guerra fría. Por entonces EE.UU y la URS hacía sus guerras fuera de casa, en los “patios de atrás” de cada uno. Al final las dos potencias, sino igual, hicieron algo muy parecido. Dejar el poder, al irse, en manos de clanes corrompidos, después de haber estimulado los fundamentalismos religiosos para ponerlos de su parte. EE.UU. en esto fue ejemplar. Los americanos no solo estimularon el fanatismo islamista contra los soviéticos en su día, sino que a la hora de justificar su invasión de Afganistán, también se apuntaron al fanatismo cristiano y, por ello, Bush no tuvo empacho alguno en llamar a la invasión “cruzada contra el terrorismo” (sic).

El “casus belli” fue dar caza a Osama bin Laden en Afganistán, cosa que no lograron hasta diez años más tarde y en Pakistán, y la justificación de la guerra fue la “cruzada”. Al final, una merienda de yihadistas: cristianos y musulmanes. De ahí el nombre inicial escogido para la operación: “Justicia infinita”. Nombre que se tuvo que cambiar, ¡vaya por dios!, porque no gustaba a los radicales musulmanes, dado que “solo la justicia de Alá puede ser infinita”. Y todo esto no es más que  la ignominiosa parafernalia que, como casi siempre, oculta y disimula los verdaderos motivos de todas las cruzadas y yihads que en el mundo son y han sido: el negocio y el poder.

De la “justicia infinita” se pasó a “la libertad duradera” para llegar a la mentira eterna y al fiasco total. Es natural, pues, que todo llegara adonde llegó; porque acabar, no acabó. Y malo sería que acabara así.

Además de seguir imperando la corrupción, hoy en Kabul manda, junto con ella, y gobierna el fanático integrismo religioso islamista que, fíjate tu, viene a ser el mismo que derribó las torres gemelas. Dios salve a los EE.UU, que buena falta les hace.

Lo peor y más grave de todo esto es que el mayor precio de sangre, de humillación, de tortura y de muerte, lo están pagando ya las mujeres afganas. Esta es una guerra contra las mujeres, en la que ninguna de las partes las defiende realmente. Por ello esto no se acabó ni puede acabarse. El primer objetivo político, democrático y humanitario de toda la comunidad internacional es hoy salvar y liberar a la mujer afgana; garantizar su dignidad, sus libertades y sus derechos. Y esta batalla no puede perderse. Nos jugamos su dignidad y la nuestra, su vida y la nuestra.

Será también muy importante reflexionar sobre nuestros monoteísmos vigentes y sobre lo que entrañan, lo que justifican y a los intereses que están sirviendo.

 

 

 

 

 

 

 

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