Tal día como hoy se consumó el crimen al pie del olivo. Rosas de sangre florecieron en el pecho del poeta, al pie del olivo. Helado se quedó el corazón del españolito y helado el corazón de las dos Españas: de la que murió y de la que mató. Van allá ochenta y cinco años y aún no hemos entrado en calor. Nunca encontramos el cuerpo helado de Federico y, quizá por ello, nos vuelve a estremecer ese viento gélido de cruzada que mató al poeta y que vuelve a soplar por los eriales vacíos de España.

En la noche oscura de gélidos vientos, cuatro cuervos  verdinegros intentan reabrir las puertas del templo del odio, para que salgan de nuevo la espada y la cruz en la procesión, púrpura y azul, de mitras y morriones.

Cayó el poeta al pie del olivo, cubierto de rosas de sangre que empaparon las tierras secas del mundo. Sus poderosas palabras liberadoras, trenzadas en versos blancos, hirieron de muerte al olvido e hicieron florecer la memoria de mil Federicos, que cerrarán con mil llaves las puertas del templo del miedo.

Los cuatro cuervos, verdes de nostalgia negra, yacen muertos en el atrio del odio.

 

 

 

 

 

 

 

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