Tal día como hoy, se consumó el crimen

al pie del olivo.

Rosas de sangre florecieron en el pecho del poeta,

al pie del olivo.

 

Helado se quedó el corazón del españolito

y helado el corazón de las dos Españas:

de la que murió y de la que mató.

 

Van allá ochenta y seis años

y aún no hemos entrado en calor.

No encontramos el cuerpo helado de Federico.

 

Quizá por ello, nos vuelve a estremecer

ese viento gélido de cruzada,

que mató al poeta

y que vuelve a soplar

por los eriales vacíos de España.

 

En la noche oscura de gélidos vientos,

cuatro cuervos verdinegros

intentan reabrir las puertas del templo del odio,

para que salgan de nuevo la espada y la cruz

en procesión, púrpura y azul,

de mitras y morriones.

 

Cayó el poeta al pie del olivo,

cubierto de rosas de sangre

que empaparon las tierras secas del mundo.

 

Sus diáfanas palabras libérrimas,

trenzadas en versos blancos,

hirieron de muerte al olvido

e hicieron florecer en la memoria

mil Federicos,

que cerrarán con mil llaves

las puertas del templo del miedo.

 

Los cuatro cuervos,

verdes de nostalgia negra,

yacen muertos en el atrio del odio.

 

 

(Esta evocación de Federico fue un artículo en LA OPINION (Cartas a Laila de agosto de 2011), fue un “post” en Facebook en agosto de 2021 y hoy, pretenciosa, se disfraza de poema en agosto de 2022).

 

 

 

 

 

 

 

 

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