Un amigo mío, muy agudo,  me indicaba que si, en este país, el Rey es principalmente un símbolo, a lo simbólico primordialmente se dedica y por ello se le sostiene, entonces “muy preparao” no está, cuando no es capaz de comprender que también hay que respetar los símbolos de los demás. Símbolos que pueden ser tan dignos o tan esperpénticos como los nuestros pero, como los símbolos son la zona, individual y colectiva, más sensible al agravio o al reconocimiento, lo inteligente y congruente es respetarlos.

Ell Ministro de Exteriores, presente en el acto de marrras,  y  Miguel Iceta, no niegan que el Rey siguió ostensiblemente sentado ante la espada de Bolívar y  sí han tratado  de reducir a una “anécdota sin importancia” lo sucedido, lo que  demuestra y es prueba evidente de que este acto del Rey nunca fue refrendado por el Gobierno, tal como la Constitución obliga. De lo contrario, el Gobierno explicaría su refrendo y no le endilgarían el marrón al Rey.  Es decir, que D. Felipe se puso el mundo por montera e hizo lo que le pareció, “siguiendo la senda constitucional” al modo de su deleznable antecesor Fernando VII, o igual que su padre con aquel impertinente “por qué no te callas”, lleno de “orgullo y satisfacción”. Por cierto, también en el delicado marco de las excolonias americanas. Lo de Felipe VI es una osadía y un exceso en sus funciones que no pueden encerrar otra cosa que una intencionalidad política impertinente. O esto, o un despiste y metedura de pata, que no parece propio de quien no suele dar puntada sin hilo y que, de ser así, considero que ya estaría aclarado a estas alturas.

Lo que exhibió el monarca fue esa dignidad impostada del “sostenella y no enmendalla”, tan representativa de la baja autoestima de aquel arquetipo de caballerete español, frustrado y acomplejado, que remedaba orgullo para tapar miseria. La liberación y la soberanía de los pueblos americanos, hoy, los españoles no las podemos considerar ni las consideramos una derrota. Y aunque así fuese, las derrotas se asumen de pie, con dignidad y con el reconocimiento honroso de la victoria del adversario. Ese gesto, de “sostenella y no emendalla”, por parte de quien dice representarnos, agravia a nuestros  hermanos americanos pero, además, nos “hace quedar mal”  a los españoles y españolas de hoy, por cuanto exhibe en nuestro nombre ridículas actitudes  colonialistas y supremacistas, en todo caso saldadas por la espada de Bolívar y por el reconocimiento irrestricto de la soberanía de los pueblos americanos por parte la ciudadanía española.

A Felipe VI no lo elegimos, aunque sí nos representa, según la ley, pero nos representa mal y sigue por mal camino.

Yo lo veo así.

 

 

 

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