El 23-F, de este año, El Rey Felipe en solemne discurso decide reivindicar, – urbi, orbi y enfáticamente-, la figura de su padre como garante y salvador de la democracia. La mayor parte de los asistentes aplauden y unos pocos no lo hacen. El entramado mediático de la corte pone el grito en el cielo contra los que no aplaudieron, aunque bastante han hecho los pobres con asistir al esperpéntico acto. Pero, como no han aplaudido como lacayos, ni siquiera esto se lo reconocen.
A los dos días la urbe y el orbe se enteran que el Rey-Padre, con dinero prestado por bien forrados amigotes, regulariza con Hacienda, y por segunda vez, un fraude fiscal del copón, lógicamente para librarse del banquillo.
Yo medito. ¿Sabía Don Felipe lo que estaba haciendo o iba a hacer su padre a los dos días? Si lo sabía, muy malo. Y si no lo sabía, ¡vaya tropa, la de esa casa!
Y los que aplaudieron, sobre todo Pedro y sus ministros que mandan en Hacienda, ¿lo sabían, o el Rey depuesto los llevó a huerto? Si lo sabían, muy malo, por taparlo, y garrafal, por aplaudirlo. Y si no lo sabían muy peor, porque está claro que no se ganan el sueldo, y son unos pringaos o zotes que no aprenden nada de unos Borbones que llevan siglos enseñándonos a todos cómo son, qué hacen y de qué pie cojean.
¡Pues aún siguen aplaudiendo! Los lacayos y su fauna mediática.
La monarquía española se ha acabado porque ya no sirve ni a los que sirvió. El tiempo que aguante será por razón de la fuerza, que es violencia, no por la fuerza de la razón, que es lo que mueve a las democracias “plenas”, es decir, maduras y normalizadas.