¿Qué se conmemoró o celebró concretamente el pasado 23 de febrero en el Congreso? No se sabe muy bien porque todo lo relativo a aquel intento de golpe, del año 1981, es muy confuso y sigue manteniéndose bastante secreto y opaco oficialmente, en virtud de una ley franquista no derogada. Como tantas cosas del franquismo, no derogadas ni depuradas, que nos siguen amargando la vida.
El mundo golpista y antidemocrático de aquellos años, primeros de la transición, era un verdadero magma, un puzle de conspiraciones, complots, conjuras e incluso preparativos militares, civiles y cívico-militares que iban, desde tramar un golpe de estado militar en toda regla a imponer un gobierno de salvación presidido por un militar, pasando por un “golpe de timón” que embridara la democracia y la mantuviera anoréxica, descafeinada y “atada y bien atada” al nudo gordiano de la Corona, establecido por Franco.
Pues bien, con mis naturales limitaciones y las inducidas, yo hoy tengo la convicción de que, el 23 de febrero de 1981, perdió el golpe militar y ganó el “golpe de timón”. Y lo creo porque pienso que, incluso con la Constitución del 78, la democracia española se hubiera desarrollado de forma natural hacia un modelo democrático normal, como la mayoría de los vigentes en Europa, si no se hubiese dado el susodicho “golpe de timón” que desnaturalizó el proceso y desvió la ruta de la transición. Por eso no hemos llegado a donde se pretendía y estamos política y socialmente desnortados. Con nuestra democracia actual nos pasa lo mismo que con España: no sabemos bien lo que es. Y la mejor prueba de esto es que no paramos de discutir y discutir sobre estos dos conceptos.
A mí me parece que este “golpe de timón” fue en realidad un cambio de régimen: Del régimen inconcluso del 78, al régimen del 81, que frena o desvía la transición y establece una democracia embridada.
Por todo ello creo que la mayoría de los asistentes a la ceremonia del Congreso celebró las dos cosas: la derrota del golpe militar y el triunfo del golpe de timón. La extrema derecha española, que añora el franquismo y lamenta el fracaso del golpe de Tejero, solo celebró su mal menor: el golpe de timón que le permite mantener vivas esencias franquistas y seguir encubando el huevo de la serpiente; los realmente socialdemócratas, es decir, una parte del PSOE y Unidas Podemos, ligados a los compromisos oficiales, más que celebrar justificaron su presencia por la derrota del golpe militar; y los partidos nacionalistas, en esta ocasión más libres de ataduras, no tenían nada que celebrar y no asistieron a la ceremonia.
Ahora bien, los españoles del común, las ciudadanas y ciudadanos de este país, las clases medias, trabajadoras y modestas, las personas de bien, que son inmensa mayoría, nada tienen que celebrar. En todo caso, pueden lamentar un intento de golpe de Estado que fracasó en lo militar, por fortuna, pero logró buena parte de sus objetivos en lo político.
Está bien no olvidar, para no repetir. Pero el 23-F no me parece un día para celebrar.