Hay dos directrices  que se han hecho hegemónicas en el mundo desde los años ochenta del siglo pasado: la preeminencia de  lo privado sobre lo público, dejando las manos libres a la propiedad privada, lo que llevó al dominio de  la economía sobre la política, y la consiguiente reducción al mínimo del ejercicio de la democracia, lo que ayudó a la corrupción y  al desprestigio de la gestión pública. Las democracias se embridaron, se redujeron a lo meramente formal, con los cauces de participación ciudadana restringidos al máximo y para asuntos cada vez de menor importancia e incidencia.

Esto se ha tratado de instalar, con la propaganda, en la conciencia colectiva de tal forma que llega a confundirse con el sentido común. Es recurrente este pensamiento en las argumentaciones de los capitostes  beneficiarios del modelo y del sistema y entre los políticos feudatarios y subalternos. ¿Quien no oyó a Rajoy, por ejemplo, invocar el sentido común para defender estos postulados? Y no solo Rajoy. Prácticamente todos los viejos líderes han recurrido al paradigma de la sacralización de lo privado y de la banalización práctica de la democracia. Y digo práctica porque de boquilla la ensalzan y ponderan, pero la reducen a la mera legalidad, al voto cada cuatro años y a la usurpación diaria de la voluntad ciudadana.

Este sentido común es el padre de la crisis y, a la vez,  argumento de las políticas aplicadas para que la crisis siga siendo negocio para unos pocos y catástrofe vital para las mayorías. Y es que este “sentido común”, profundamente neoliberal,  viene a ser  la negación misma del “ sentido de lo común”, que es cosa bien distinta y sostén de lo social.

Pues bien, “el sentido de lo común” es  lo que está moviendo en todo el mundo la contestación a los viejos paradigmas depravados. El choque entre el sentido que, desde los poderes fácticos, se trata de imponer como “sentido común”  y el “sentido de lo común”, que inspira la contestación al modelo vigente, es  el nudo y centro del conflicto global. Conflicto que atañe a problemas tan fundamentales como la conservación del medio y supervivencia de la especie, la erradicación de la pobreza, la igualdad y la equidad en el goce de los bienes y servicios, la dignidad de todos los seres humanos, el respeto a sus derechos y la convivencia pacífica entre personas y pueblos.

Hoy parece claro que es la mujer, con su movimiento feminista a la cabeza, el sujeto político con capacidad transformadora  y posibilidad de construir con “sentido de lo común” un nuevo paradigma. Puede que aún no tengan del todo claro como hacerlo, no lo sé, pero están en ello, avanzan y saben que lo que ha de embridarse es la propiedad individual y privada, que han de vigilarse y regularse los mercados, que ha de predominar la política y que ha de radicalizarse, en el sentido de volver a su raíz, la democracia. Es decir, ha de pasarse del viejo “sentido común” al “sentido de lo común”, al predominio de lo colectivo, de lo comunitario. Un verdadero y radical cambio de sentido.

 

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