La religión es cosa de hombres. Sobre todo las religiones monoteístas. Aunque teólogos y sacerdotes digan que Dios no tiene sexo ni género y que ni estas ni otras categorías humanas le son aplicables porque Dios viene a ser “el absolutamente otro”, lo cierto es que el ser supremo y los dioses principales que viven en el pensamiento y en el corazón de los seres humanos creyentes, son masculinos.

El dios, que las construcciones teológicas y doctrinales de todas las religiones, especialmente las monoteístas, colocan en el vértice y centro de sus idearios es varón, es masculino. Quizá sea esta nota el mejor indicador de que los dioses y las religiones son creaciones del hombre. Del hombre en sentido estricto, es decir, de la cultura masculina y patriarcal predominante en la historia de la humanidad. Por eso los hombres han reservado para ellos la alta dirección de las organizaciones religiosas y la producción del pensamiento teológico y han dejado para la mujer, como en todo lo demás, los servicios y el cuidado de los templos, la devoción, la veneración y el fervor religioso, es decir todo lo que es un ejercicio de sumisión .

Es natural, en consecuencia, que todas las religiones, creo que sin excepción, resulten un tremendo obstáculo para el avance de la emancipación de la mujer. El acceso laborioso de algunas mujeres a la jerarquía de alguna que otra confesión religiosa, demuestra más la voluntad firme de la mujer por emanciparse y por liberarse en todos los terrenos, que una presunta “conversión” cardinal de las corporaciones religiosas. Más aún, las jerarquías eclesiásticas presienten, y a mi juicio presienten bien, que los avances en la emancipación de las mujeres constituyen una amenaza radical a sus potestades y a las religiones mismas, sobre todo en las aspiraciones, propias de toda confesión religiosa y en estos momentos muy vivas, de ejercer el control ideológico y moral sobre la sociedad.

Es por todo esto que el pensamiento laico, el laicismo del Estado y de la sociedad, como marco abierto de convivencia respetuosa con todas las creencias e ideologías, es el ámbito en que mejor se mueven las organizaciones que luchan por la emancipación de la mujer; y que el agnosticismo, como actitud no dogmática del pensamiento que reconoce humildemente la inaccesibilidad a lo divino, es la posición más frecuente entre las líderes femeninas y feministas. Porque Dios es cosa de hombres. Es como lo voy viendo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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