Se cumplen cuarenta y dos años del golpe de estado en Guinea Ecuatorial, con el que Teodoro Obiang derrocó al siniestro Francisco Macías. En realidad se cambió a un siniestro por otro, que además era su sobrino.

Una década antes se había producido la descolonización e independencia de Guinea, llevada adelante desde la dictadura franquista. En realidad los españoles apenas nos enteramos de aquello, porque el asunto fue declarado materia reservada y se solventó con cuatro líneas en la prensa de la época. Una de las razones de este secretismo fue, sin duda, tapar la flagrante contradicción que suponía el hecho de que una dictadura diera a luz a una democracia formal en el proceso descolonizador. Contradicción que podía remover aún más la contestación interna al régimen, muy viva en aquellos años. De hecho,  en 1963 el Gobierno de Franco había concedido la autonomía política, con el nombre de Guinea Ecuatorial, a las hasta entonces provincias españolas de Fernando Poo y Rio Muni. Otra evidente contradicción del régimen de la que los españolitos ni se enteraron.

Cinco años más tarde llegaría la independencia y, tras ella, la liquidación del recién nacido régimen democrático guineano y el establecimiento de una dictadura que pervive hasta hoy, primero con Macías, que asumió todos los poderes del Estado, estableció el partido único y arruinó la economía guineana, sumiendo a su pueblo en la miseria, y ahora con Obiang, que mantiene la extrema pobreza de la población en uno de los países más ricos de África, sobre todo desde  la explotación del petróleo por las estadounidenses  Mobil, Texaco y otras, lo que  elevó las tasas de crecimiento del país hasta un 33%. Toda esta riqueza ha servido únicamente para el enriquecimiento de Obiang, de su familia  y de su camarilla; y para comprar de estraperlo el reconocimiento internacional y el  de esa “madre patria”, que los alumbró en su día contra natura.  Y ahí están los macabros resultados.

Miles de hombre y mujeres de Guinea, que viven allí, en la emigración  o en el exilio, miraron y miran a España y viven o han muerto decepcionados. porque hemos “traficado” con sus vidas, hemos coqueteado vergonzosa y vergonzantemente con la dictadura y los hemos abandonado, sin decir ni pío, al empobrecimiento, a la represión sangrienta, a la tortura y a la muerte.

Se ha dicho muchas veces que los españoles hemos colonizado muy mal (aunque no sé si tal cosa es posible hacerla bien), pero lo que está claro es que descolonizamos mucho peor. Y ahí está el otro ejemplo que pesa como una losa sobre nuestra conciencia nacional: El Sahara.

Son las vergüenzas de España, nuestras vergüenzas. Y una ridícula turba sigue con su himno, de impostado orgullo, tan acomplejado como desaforado y pendenciero: “Yo soy español, español, español…”. Y es que el himno, el oficial, de esta España avergonzada todavía no “tiene quien le escriba”…la letra.

 

 

 

 

 

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