Explicaba el Dtr. Simón la necesidad de abrir, lo más pronto que se pueda, nuestras fronteras: “Quizá algún día seamos un país que viva de la ciencia pero, hoy por hoy, vivimos del turismo”, argumentó. Es decir, somos un país de “monocultivo económico”, en este caso del turismo. Principalmente “producimos oferta turística”. Otros sectores y producciones son subsidiarios o minoritarios, marginales o poco relevantes. Esta economía de monocultivo puso de relieve nuestra extrema debilidad por el cúmulo de carencias en nuestro modelo productivo. Somos una economía de servicios casi en exclusiva y, de ellos,  hegemónicos el turismo y la hostelería, que viene a ser lo mismo. Turismo masivo, de baja calidad, de escaso valor añadido, generador de precariedad, de masificación, de burbujas insostenibles en el mercado de la vivienda y de conflictos sociales en muchos barrios de nuestras ciudades. Podríamos aprender de ello y al volver a la normalidad recuperar también el turismo. Pero también. No solo el turismo ni el mismo modelo de turismo. Deberíamos aprovechar la ocasión para “desprecarizar” y mejorar la oferta turística en calidad, en su dimensión y en la búsqueda de mayor valor añadido. Al tiempo de tratar de superar el maldito monocultivo, abriendo el abanico de nuestra producción a la ciencia, la investigación, la diversidad industrial y a la innovación constante. Pero de esto casi no se habla. Solo se habla de volver adonde estábamos. Parece que no vamos a aprender y esto es ya un “dejà vu” en nuestro país.

En el año 1836, George Borrow (conocido aquí por Jorgito el Inglés) vino a vender biblias a la España papista. En 1837, en su viaje proselitista, llega a Galicia y concretamente a Ferrol, ciudad que le produce una impresión contradictoria. Por una parte se admira de  la ciudad de  Ferrol y de su moderno diseño urbanístico pero, por otra, “se apodera de su alma la tristeza cuando por todas partes le daban en la cara las huellas de la miseria”. “El Ferrol, prosigue Borrow, es el gran Arsenal marítimo de España y participa en la ruina de la en otro tiempo espléndida Marina española. Ya no pululan en él aquellos millares de  carpinteros de ribera que construían las largas fragatas y los tremendos navíos de tres puentes, destruidos casi todos en Trafalgar. Tan solo unos pocos obreros mal pagados y medio hambrientos desperdician allí sus horas….”. Retrata el inglés las consecuencias de aquella crisis de la construcción naval en Ferrol, causada por el desastre de Trafalgar y provoca en nosotros la sospecha de que la historia se repite. Dejà vu.

Paso el tiempo y se recuperó la Construcción naval en Ferrol, llegando a niveles de excelencia tecnológica mundial reconocida y generando tiempos de crecimiento, desarrollo y bienestar. Volvió la prosperidad a Ferrol. Sí, pero otra vez gracias a la  construcción naval casi únicamente. Otra vez el monocultivo e irremediablemente otra vez la crisis y las “huellas de la miseria” como las que entristecieron el alma de Jorgito el Inglés. No aprendimos de Trafalgar en el XIX,  no aprendimos de la reconversión naval en el XX y seguimos sin superar, efectiva y eficazmente, el monocultivo industrial, a pesar de que ya sabemos casi todo de la “anemia florida”, económica y social, que trae consigo.

Malos precedentes para aprender hoy algo tan sencillo como que, tras la crisis de la pandemia, debiéramos superar los monocultivos. En este caso, el de un turismo lastrado por la masificación, por el escaso valor añadido que genera y por la gran precariedad laboral en que se asienta.

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