El deterioro del trato al cliente por parte de las grandes compañías, que apestan a oligopolio, es evidente, pero en algunas es de un descaro ofensivo. Como ejemplo, las compañías aéreas imponiendo normas y limitaciones destinadas a buscar incrementos solapados del precio final del billete o tratos que rozan lo vejatorio bajo la coartada de la seguridad. Es evidente lo caro que resulta el puñetero “bajo coste”, que usan como reclamo. Acabas odiándolos.

¿Odiándolos? Esto me hizo reflexionar sobre la corriente, a veces subterránea y otras no tanto, de antipatía y aversión que se están ganando a pulso muchas grandes compañías que se lucran vendiendo, que no prestando, servicios muy básicos y esenciales a la población. Son los grandes predicadores del mercado libre, pero actúan como monopolios que imponen unilateralmente sus condiciones, cuando no te obligan a pagar con tu dinero sus propios errores. Sientes que tienden aviesas trampas de letra pequeña para ordeñarte cuatro perras, que multiplicadas por el número de estafados, ves que la miserable estafilla suma una pasta gansa.

Cuando estas empresas cometen un error, si reclamas, más o menos enfurecido, dan mil vueltas para deshacer el entuerto, pero si no te enteras, si  se te pasa o pasa el tiempo, pelillos a la mar. Y si en un recibo te llega un cargo en falso, pon mucha atención. Primero, te costará un riñón  lograr el reintegro de lo mal cobrado, pero, si al no lograrlo, decides, legítimamente, no pagarlo poniéndote chulito porque, por ejemplo, telefónicas hay para dar y tomar, ten cuidado, porque es muy posible que otra compañía te rechace mientras no pagues lo que la primera te ha facturado indebidamente. No te fíes nunca de las tan cacareadas ventajas de la libre competencia, que tal cosa no está pensada para tu beneficio.

Desconfía mucho también de las llamadas campañas de fidelización del cliente. En el mejor de los casos son métodos publicitarios de seducción pero, con frecuencia y al mismo tiempo, los reclamos se acompañan de subterfugios y taimados mecanismos, a veces contractuales y solapados en la letra pequeña, que, más que fidelizar, atrapan y realmente secuestran al usuario o cliente que, cuando intenta liberarse o cambiar de proveedor, se encuentra con una red de dificultades y perjuicios insuperables.

En esta miserable estrategia están hoy entidades bancarias y financieras, compañías aéreas, eléctricas, telefónicas, de seguros y otros servicios que están despertando una subterránea corriente de animadversión social.

En todo caso, ese odio subterráneo no beneficia a nadie y demanda a gritos el control social y del Estado en defensa de usuarios y clientes. Control y regulación imprescindible para crear y mantener un clima de confianza social, de seguridad pública y jurídica y de respeto a los derechos y dignidad de las personas.

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