La huella del expolio perpetrado por los Franco en Galicia vuelve a ser noticia y despierta viejos recuerdos, a veces dormidos. A Coruña fue durante décadas capital de España en agosto y esto, sin duda, marcó mucho a la ciudad. Habría que estudiarlo bien.

Cada verano Franco venía a Galicia y “La Coruña” se convertía en la ciudad cortesana del régimen, que se trasladaba aquí en cuerpo y alma. Ministros, altos cargos, funcionarios, escoltas (la mora incluida) y guardias civiles desplazados, que con frecuencia habrían de cubrir carrera, de A Coruña a Meirás, al paso raudo del coche del dictador, de su séquito y de su brillante escolta de motoristas. La  cosa empezaba con una cena de gala en el Ayuntamiento, que se convertía en un espectáculo popular más de las fiestas de agosto. Indefectiblemente se celebraba un Consejo de Ministros en Meirás  y la prensa loaba las medidas que afectaban a “La Coruña y a Galicia”. Y también indefectiblemente Franco se bañaba en Bastiagueiro, jugaba al golf en la Zapateira, presidía las regatas desde el Club Náutico y se paseaba y pescaba en el Azor, que fondeaba en el puerto debidamente escoltado por un buque de la Armada. A Coruña era un hervidero. Subían los precios en los mercados, cosa que detectaban dolorida e inmediatamente las amas de casa del común, se encerraba a los desafectos fichados y se incrementaba notablemente la clientela del Astoria, del Lemos o de La Casa de la Cubana. Hubo años esplendorosos como el de la visita de Rey Abdullha de Jordania, primer mandatario extranjero que consintió en visitar España desde el golpe militar del 36. Corría el año 1949. A Coruña se convirtió en un escenario propio de Las mil y una noches, muy bien montado por el Alcalde  Molina. Pero todo aquello, a pesar de salirle gratis la juerga a los Franco, tenía un precio muy alto y muy concreto para Juan Pueblo. A parte de las míticas correrías depredadoras de Carmen Polo, hubo que pagar, a escote o con dinero público,  el Pazo de Meirás, la Casa Cornide, mediando Pedro Barrié que compró el regalo al Ayuntamiento a muy buen precio, o el latrocinio liso y llano de  Abraham e Isaac, del mismísimo Pórtico de la Gloria.

¿Habrá llegado, por fin,  la hora de ajustar cuentas y recobrar dignidad?, me pregunto. ¡Ojalá! Porque será buena la dicha, aunque sea arrastro y tarde. Pienso.

 

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