Os voy a contar un cuento.

Érase que se era un hermoso país en el que la gente que tenía mucho dinero hacía con él muchas cosas que le causaban goce y disfrute y además, como dinero llama a dinero, realizaba operaciones para tener y acumular más dinero aún. En realidad era poca gente, pero muy rica y, con crisis o sin ella, les iba de pinga, como dicen los cubanos.

En cambio, la gente que tenía o ganaba poco dinero, que sin embargo era mucha, apenas podía subsistir con él y muy poco podía hacer para su goce y disfrute. Y mucho menos podía realizar nada que le diese más dinero, porque el poco dinero no  llama dinero, sino que tiende a escaparse a donde hay más.

Eran tiempos, por raro que parezca, mucho más difíciles que éstos para los que tenían poco dinero. Pero entonces decidieron organizarse entre ellos. como podían, para comer, para curarse, para ayudarse, para defenderse y estas cosas. Y así fue como cayeron en la cuenta de que el muy poco dinero de muchos era mucho dinero de dios y, si eran capaces de reunirlo y coadministrarlo, también podían hacer cosas para goce y disfrute, pero en este caso no de cada uno, sino del conjunto, porque, claro, el mucho dinero era de todos y no de cada uno.

Y así fue como se inventaron las Cajas de ahorro, que no repartirían beneficios entre unos cuantos ni especularían como los bancos, sino que las ganancias deberían generar servicios comunes y ayudas para crear cultura y bienestar social.

La cosa fue muy bien para las Cajas, que llegaron a tener tanto dinero como los bancos de  los ricos, pagaban bien a sus empleados y desarrollaban proyectos de gran interés social.  Pero he aquí que sus administradores empezaron a sentir las mismas tentaciones que los banqueros y cayeron en ellas. Poco a poco, ayudados por políticos serviles con los ricos y corruptos, empezaron las Cajas a comportarse como bancos tanto por arriba como por abajo. Es decir, tanto metiéndose en negocios y en la especulación pura y dura, como dando el mismo trato a sus impositores que los bancos dan a sus clientes. Muy pronto la gente fue incapaz de distinguir entre una caja y un banco, al tiempo que, con prisa y sin pausa, las Cajas iban cambiando sus reglas de juego para hacerlas iguales a las de los bancos. Y ya se sabe que, si algo grazna como un pato, tiene plumas como un pato y anda como un pato, es un pato y punto.

Y entonces llegó Feijoo que hizo un lote con las Cajas y todo lo que pudo para vender el lote a los bancos a muy buen precio, incluso dando algo por atrás. Y así fue como los pocos que tenían mucho dinero, se hicieron con todo el poco dinero de muchos, que es mucho dinero de dios.

Ahora, los que tienen poco dinero no pueden prescindir de los bancos y decir “que les den”, porque para poder cobrarlo, guardarlo y gastarlo no tienen más remedio que hacerlo a través de los bancos, que se aprovechan para quedarse con una parte del poco dinero, que es una suma astronómica si sumamos lo que se chupan del poco dinero de muchos. Ahora, no sólo es que muchos tengan poco, y cada vez menos, dinero, sino que ni siquiera es verdaderamente suyo. Es lo que se llama el sistema, que viene a ser como dios: omnipresente e intocable.

Lo normal es que Feijoo vaya al infierno, pero eso no consuela a nadie y es mejor correrlo a gorrazos y tratar de que se devuelva todo el poco dinero de muchos.

Y colorin colorado…

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