En mi arrogancia adolescente -creo que muy común desde la pubertad-, osaba corregir a mi padre cuando, a mi juicio, pronunciaba mal una palabra, confundía una expresión, o deturpaba un concepto. Él no había estudiado y yo estaba estudiando. Por cierto, gracias a su generoso e incondicional esfuerzo.

A mi padre no le gustaba el arroz y lo explicaba: “En la guerra de África no comíamos más que arroz y dátenos”. Inmediatamente terciaba yo: “Papá no se dice “dáteno”, se dice dátil”. Entonces mi padre, con su mirada pícara y azul, repetía “dáteno” y añadía con apodíctico tono: “No hay palabra mal dicha si es bien entendida”. Y claro, yo a pensar.

Se me encabritó este recuerdo al pensar como nos la están colando, un día sí y otro también, cuando tanto se habla, se escribe y se perora sobra la emigración y es que, como asimismo podría decir mi padre, si es mal entendido no hay concepto bien dicho.

Se nos habla y terminamos hablando todos de la emigración, solo, única o primordialmente como problema: “el problema de la emigración”. Cuando la realidad es que la emigración no es ni ha sido nunca en sí misma un problema. Y nos lo están colando.

La emigración es un fenómeno humano. Es un hecho, condición o característica que pertenece a la esencia o naturaleza del ser humano, porque el ser humano se mueve y no ha parado ni parará nunca de hacerlo, individual y colectivamente. Y comprobando estamos su inevitabilidad. No hay barreras, ni muros, ni alambradas, ni leyes, ni fuerzas, ni dineros, ni razones que puedan impedirlo. Es un fenómeno natural como la lluvia, el calor del sol o el viento. Ésta, me parece, es la realidad.

También es cierto que, como la lluvia o el viento, la emigración puede generar bienes y/o males, daños y/o beneficios, soluciones y/o problemas. Todo dependerá de cómo sepamos o acertemos al gestionarla. Pero nunca acertaremos si caemos en la trampa de ver la emigración solo o primordialmente como problema. Y esto es lo que nos está pasando porque predomina el “concepto mal entendido”. Así no habrá salida, ni solución ni remedio.

Y este “concepto mal entendido” está avanzando peligrosamente en la conciencia colectiva porque está “mal dicho” y alguien se encarga y se esfuerza en hacerlo así. Son las doctrinas y mensajes inducidos por las derechas extremas, debidamente blanqueadas por sus epígonos mediáticos, que necesitan un enemigo, siempre imaginario, al que demonizar. Lo hacen hoy con la emigración los nuevos-fascistas, como lo hicieron en su día los nazis con los judíos.

Solo una amplia conciencia social y una opinión pública mayoritaria que aborde la emigración como lo que es, un fenómeno humano natural, como todos ambivalente, lo que hará posible una gestión acertada, justa y mayoritariamente beneficiosa de este hecho humano irreversible.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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