Cada poco tiempo salta la polémica, más que debate, sobre la religión en la escuela pública. Ningún gobierno fue capaz de deshacerse de ella, a pesar de ser España un Estado aconfesional. La realidad es que, en este país, se paga con dinero público la catequesis de una confesión religiosa. Catequesis, sí, que es el inicio e instrucción en una fe determinada. Ante la presión democrática y para mantener su privilegio, la jerarquía católica llegó a proponer estos días que en las aulas públicas se pudiese catequizar en otras religiones también, a demanda de los creyentes. Catequesis de matute, camuflando la confesionalidad práctica con la libertad de cultos.
A mi juicio, la mayoría de los católicos españoles aceptarían perfectamente que la religión saliese de las aulas públicas y que la catequesis, si se quiere, se hiciese en las parroquias o en escuelas privadas con un ideario determinado. Es más, hay muchos católicos que defienden y trabajan por una auténtica laicidad del Estado, pero la jerarquía española en su conjunto no. Pretende que la catequesis del catolicismo se mantenga en la escuela pública y concertada, se pague con dinero público y ellos decidan contenidos y designen profesorado por encima de las autoridades educativas del país.
Pero en esta posición no solo está la Jerarquía católica, sino también, las sectas católicas más activas e influyentes y los partidos de la derecha que sostienen la continuidad del franquismo: El PP, Vox y, girando en el remolino reaccionario español, Ciudadanos, que ha sido incapaz de sustraerse a la herencia de Franco.
Porque de esto se trata. Lo que, en el fondo se defiende aquí es la herencia del dictador. Lo que ahora ven muchos españoles con perspectiva democrática, pronto lo verán todos cuando se adquiera una mínima perspectiva histórica. A saber: El franquismo tiene tres grandes etapas. La primera es la de carácter marcadamente fascista o pro-fascista que va desde 1936 a 1966. La segunda evoluciona a una suerte de dictadura militar de tinte bonapartista, que se materializa con el plebiscito de 1966 y dura hasta la muerte del dictador. Y la tercera es la de una democracia otorgada y embridada, del neo o post franquismo, que comienza a prepararse con la sucesión de Juan Carlos I en la Jefatura del Estado, se materializa con la Constitución del 1978 , se embrida con el autogolpe de Estado de 1981 y durará hasta que la actual Constitución se derogue o se reforme radicalmente.
Lo que, a mi juicio, avala esta visión de nuestra realidad política es la supervivencia de los cuatro nudos con que Franco dejo “todo atado y bien atado” explícitamente. El nudo de la Corona, que Franco deja en herencia a Juan Carlos de Borbón y sus sucesores, saltándose, para que se vea bien, la legitimidad dinástica. El nudo de la supervivencia máxima posible del nacional-catolicismo, piedra angular del franquismo, consagrando en la Constitución una relación preferente con la Iglesia católica. El nudo de la preponderancia del ejército, encomendado al Rey, en la misma Constitución, “el mando supremo de las fuerzas armadas”. Y el nudo del borrón y cuenta nueva con una amnistía, que asegurara la continuidad de los franquistas en las instituciones y los negocios de las grandes fortunas amasadas durante la dictadura.
Es por todo esto por lo que las derechas españolas se aferran tan compulsivamente a que sobreviva el arcaico y anacrónico nacionalcatolicismo en el país. Es uno de los nudos que no quieren cortar, porque se caerían los cuatro palos del sombrajo. Yo lo veo así.
Dentro de 16 años se cumplirá el centenario del franquismo. Esperemos que sea verdad aquello de que “no hay mal que cien años dure”.