No parece que esta afirmación pueda respaldarse con lo que las encuestas dicen. Parece incluso temeraria. Pero bien puede suceder que precisamente, por las encuestas recoger y revelar la opinión general de un momento, permitan que una corriente predominante de fondo pase desapercibida. Por ello, no me parece tan descabellado pensar que las tres derechas han perdido Madrid. De hecho, una de esas tres derechas ya ha sido descabalgada. Creo, incluso, que los prebostes más lúcidos del PP, consejeros áulicos de Ayuso, como Miguel Ángel Rodríguez, o un mentor tan preclaro, como Aznar, lo ven así y muy probablemente empujaron a la Presidenta madrileña a convocar elecciones y tener así dos años, al menos, para tratar de evitar el desastre. Porque yo creo que era cierta y creciente la posibilidad de una moción de censura en Madrid. No porque que Cs y el PSOE la tuviesen planeada en este momento, que no lo creo, sino porque la gestión de Ayuso en el Gobierno, sobre todo en todo lo relativo a la pandemia, y la agria deriva tomada por relaciones entre el PP y Cs, llevaban fatalmente a una irremediable ruptura y a la consiguiente crisis irreversible de Gobierno.
La charca infestada de ranas de Esperanza Aguirre, el esperpento picaresco de Cristina Cifuentes, el progresivo desmantelamiento de los servicios públicos madrileños, la presión de mosca cojonera que practica VOX y la insoportable levedad del liderazgo de Pablo Casado, dejan a las derechas de Madrid en estado crítico. Esta situación llevo a los mentores de Ayuso a trazar la estrategia de disparar a la desesperada, contra todo lo que se mueva, sin siquiera apuntar bien y por elevación. Ayuso solo está en guerra, siempre a la defensiva y nunca habla de las cosas de comer: sanidad, educación, empleo, medioambiente, economía, transporte. Ni siquiera habla de Madrid, por mucho que lo nombre. Al contrario, procura sacarlo del foco y se faja, no con su oposición natural, sino con el Gobierno Central, al que escoge como adversario, precisamente para no hablar nunca del Madrid real. Por eso se inventa un Madrid entelequia, de ficción, ese “que es España dentro de España”. Los problemas para Ayuso son la Venezuela bolivariana, ETA, el comunismo o la dictadura de Sánchez, social-comunista, que ocupa ilegítimamente el Gobierno del país. De las cosas de comer nada tiene que decir.
Luego llega la pandemia, la masacre en las residencias de mayores, el abultado número de muertos y de internados en las UCI, el aluvión imparable de contagios o la gestión errática de la crisis, y el sanedrín de Ayuso no ve más salida que jugarse todo a una carta: las elecciones anticipadas para, por lo menos, aguantar dos años y defenderse mejor, desde el poder, de la que se les vendrá encima, una vez superada la maldita epidemia.
Toda la movilización parafascista madrileña, su violencia verbal (de momento), sus exabruptos atrabiliarios y ese cinismo descarado en la utilización de la mentira, de la insidia o de la media verdad, que tanto emputece el ambiente, tienen toda la pinta de ser esos últimos coletazos del animal herido, enrabiado y moribundo.
A lo mejor, peco de optimista, pero tengo para mí que las derechas en Madrid están en estadio crítico. Si pierden el Gobierno, entrarán en coma irreversible y agónico y si logran mantenerlo lo vivirán como un respiro, pero también perderán Madrid. Podrá tardar dos años, pero la cosa será irreversible.
Eso sí, los coletazos de esos dos últimos años serán feroces, muy destructivos y traerán sudor, lágrimas y, esperemos, que no traigan sangre. Y esto es realmente lo que se juega en las elecciones del 4 de mayo: soportar o no los últimos coletazos de las derechas de Madrid y acabar o no, ahora ya, con el endeble liderazgo de Pablo Casado, que también tiene los días políticos contados.