Se ha desatado, querida Laila, una verdadera carrera por definir, nombrar, calificar,  caracterizar o incluso caricaturizar a las derechas españolas. Sucedió esto porque, en muy poco tiempo, se pasó de una a tres derechas con presencia institucional relevante y con posibilidades reales de hacerse con el gobierno. Se habla de derecha triple, tripartita, triangular para presentarla como un fatídico triángulo de las Bermudas; tricéfala por verla como un monstruo de tres cabezas; trifálica por la abundancia de testosterona y misoginia de las que sus tribunos hacen alarde; trinitaria por ser, como el Dios cristiano, tres hipóstasis (seres reales  diferentes) pero una sola y única derecha, es decir, un misterio de fe ante el que solo cabe la adhesión irracional o el rechazo de la razón; o tridentina en referencia al tridente pero, sobre todo, a Trento  que da cuenta de la impronta con que el nacionalcatolicismo marcó a la derecha española, tan fervorosa y tan folk, tan de muleta y de mantilla, de saeta y anatema, de bandera y de balcón, de espada y de cruz,  de sangre y de sol.

Son calificaciones para descalificar, para molestar, pero es vano el intento porque las derechas están orgullosas y satisfechas de ser como son y, entre unas y otras, asumen sin complejos, como ellos mismos dicen, el abanico completo de calificaciones, que aún se quedan cortas. Los astros parecen confluir para que ganen las derechas. Hasta Pedro Sánchez les echó un cabo, pues no me negarás, querida, que el espíritu ascético, místico, devoto, mortificante, folclórico y tan patriótico de semana santa les favorece electoralmente mucho  más  que, por ejemplo, el sentido lúdico, festivo, solidario, buenista e internacional  de unas navidades o el pagano, crítico, burlesco, voluptuoso, libre y desmadrado de unos carnavales. Todas son fiestas sagradas, pero bien distintas. La única duda que tienen los capitostes de las derechas  es la que tenía Pio Cabanillas  Gallas cuando aquella periodista le preguntó quién ganaría las elecciones: “Ganaremos, señorita. No sé quiénes, pero ganaremos”, respondió el exministro.

Y es que Vox, el PP y Cs son, en realidad, simples estados de una misma derecha. Como los estados de agregación de  la materia. Vox es  el estado sólido de la derecha. De formas bien definidas, con perfiles claros, dureza, nulas flexibilidad y fluidez, resistencia a la fragmentación y a los cambios. Sus condiciones son la rigidez, la apariencia de fortaleza pero la facilidad para quebrarse.

El PP es el estado líquido. Esta  derecha no es tan compacta y  mantiene menos cohesión interna, menos dureza y más  capacidad de fluidez y de adaptación a los recipientes que la contienen, flexible y  con capacidad de escurrirse por cualquier orificio. Tiene escasa  consistencia y es proclive al deslizamiento por lo facilón, lo corrupto  o lo manido.

Cs es el estado gaseoso de la derecha. Sus moléculas están muy expandidas y puede ocupar espacios amplios pero dejando muchos huecos. Tiene muy poca densidad y escaso peso.  Se mueve con rapidez en cualquier sentido y es paradigma de lo fútil, de lo frívolo y de lo inconsistente. Casi nunca se sabe dónde está realmente porque es una derecha  muy fluctuante y culebrera.

Por separado, las derechas nada tienen que hacer, pero juntas si pueden prestar valiosos servicios mercenarios a los poderes fácticos y reales que las utilizarán para la represión y el fomento del miedo, para la reacción y la vuelta atrás, para la crispación permanente y para la doma y castración de la ciudadanía.

Y ahí tienes, querida, la terna que las derechas proponen para gobernar  el país: Abascal, Casado y Ribera. ¿Quién habrá sido el cazatalentos?

 

Un beso.

Andrés

 

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