No lo tengo muy estudiado, pero me parece que esta expresión, presuntamente blasfema, solo se utiliza en Galicia. Puede que se haya exportado y extendido, pero tuvo que ser aquí donde se inventó. Y es que aquí somos peculiares hasta para blasfemar. Eso de que no se sabe si subimos o bajamos en la escalera, será un tópico, pero no se puede negar que tiene fundamento in re. Y no solo es que contestemos a una pregunta con otra sino que, cuando preguntamos, lo hacemos con tal hipérbaton, o algo así, que resulta prácticamente incomprensible para una mente rectilínea. Si un gallego en Valladolid, pongamos por caso, se dirige al kiosquero y le pregunta: “¿Aquí el Faro de Vigo no lo tendrán, verdad?”, notarán que el kiosquero tarda en responder una eternidad de segundos. Y es que le lleva su tiempo hacerse con la pregunta. “¿Pero que me está peguntado este tío?”, pensará. Es difícil de explicar la razón última de esta forma, aparentemente aviesa, de preguntar. Pero es posible que el motivo más profundo tenga algo que ver con que el gallego se sabe y se quiere un triunfador. Veamos: Si el kiosquero, tras la densa pausa de asimilación, contesta: “Sí lo tenemos. Aquí está el de hoy”, el gallego quedará satisfecho porque ha conseguido su objetivo; y si el de Valladolid responde: “pues no, no lo tenemos”, el gallego pensará para sus adentros, lleno de razón, “Xa o dicía eu”. Siempre triunfando. Y no digamos si, al final de la pregunta por el periódico, el gallego añade complementariamente: “¿Non si?” Entonces el desconcierto del interrogado sería mucho mayor por la supresión gallega de la “o” disyuntiva y por el cambio del orden del sí y del no. Está claro que el de Valladolid siempre hubiera rubricado su pregunta con un “¿Sí o No?”, explícita y claramente neutra, mientras que el “Non Si” del gallego parece buscar solapadamente la respuesta afirmativa, y ello a pesar de poner el no en primer lugar. Que no me digan que esto no tiene que resultar difícil y complejo para una inteligencia, digamos, media. Se requiere, por tanto, un coeficiente intelectual muy notable para entendernos y eso, desafortunadamente no abunda en España.
Con lo de la blasfemia también somos muy peculiares. Sabido es que la blasfemia fue un delito hasta 1988 y hubo un tiempo, un muy largo tiempo, que entre curas y guardiaciviles la vigilancia era estrecha y te podía caer un puro a la primera de cambio. Incluso en lugares públicos de especial concurrencia popular, como ferias y mercados, había carteles oficiales que recordaban: “Prohibido blasfemar”. Se ve que la autoridad competente consideraba que eran las clases populares las más inclinadas a la blasfemia. Cosa, por otra parte bastante lógica, si consideramos el nivel de cabreo y de presión que estas clases tenían que soportar. Pues bien, los gallegos se inventaron la blasfemia no blasfemia: “Me cagho en ninghún Dios”. Con “geada” o sin ella. Suena a blasfemia, no cabe duda, pero materialmente podría no serlo. Incluso podría considerarse una reafirmación devota contra la blasfemia y, desde luego, siempre tendría defensa ante la Justicia, dado que sería imposible demostrar el dolo. Porque esto de “cagharse en ninghún Dios” ¿Se hace para blasfemar o precisamente para no blasfemar, para evitar la blasfemia?
Me imagino al perplejo juez interrogando al presunto: “Pero vamos a ver, ¿usted se caghó en ningún Dios para blasfemar? ¿Non si? Y el reo, acojonado: “Pues depende, Sr. Juez. Estas cosas le tienen días”.
Si a esto añadimos que nuestro mismo himno nacional empieza con una pregunta que jamás se contesta ni en el propio himno, con ser tan largo, ni en ninguna otra instancia oficial, que se sepa. Eso sí, el himno deja muy clarito que “os bos e xeneros a nosa voz entenden…, máis só os ignorantes e féridos e duros, imbéciles e escuros non nos entenden, non”. Así somos, creo.