En los tiempos marengos del nacional-catolicismo, en muchas familias españolas se rezaba el rosario todas las noches de Dios, para mortal aburrimiento de los niños y jóvenes de la casa. Lo peor era la retahíla de “padrenuentros” que, tras el rosario propiamente dicho, la abuela rezaba pidiendo por vivos y difuntos. Era cosa de nunca acabar. En aquella casa, la muchachada esperaba con ansiedad el que era siempre el último “padrenuestro” de su devota abuela: “Para que Dios nos libre de la Justicia…Padre nuestro…”. Y, por fin, a cenar…

Creo saber que la perenne petición de la abuela se refería más a alguaciles que a jueces pero, en todo caso, tampoco se descartaba la Justicia misma, ya que era común el miedo, la reserva y la precaución ante los tribunales que, se sabía, no siempre eran justos, pero siempre eran ajenos, lejanos y duros. Ante la Justicia predominan la cautela y el miedo sobre la confianza. Los mismos leguleyos lo dicen: “Dula lex, sed lex”. Y lo corroboraba la maldición del gitano: “Tengas pleitos y los ganes”.

Esta sensación de lejanía y precaución ante la Justicia está siempre latente, pero salta con fuerza al primer plano cuando se producen determinadas sentencias, como la aplicada a la diputada de Madrid, Isabel Sierra, o las repetidas sobre sindicalistas afectados por la nefasta “Ley Mordaza”, o cuando aparecen tramitaciones sospechosas que retuercen las leyes para designar magistrados y tribunales interesadamente, facilitar prescripciones y resolver, subrepticiamente, por convicciones políticas o ideológicas.

La Justicia, por estas y otras múltiples razones, es asignatura, pendiente de mejora, en la democracia española y objeto de desconfianza en amplios sectores de la sociedad, como revela esta sugerente MENINA DE CANIDO ( Ferrol) que tan bien captó LILA.

Comparte esta entrada