La Real Academia define chiquilicuatre como una “persona, frecuentemente joven, algo arrogante y de escasa formalidad y sensatez”. Si a esto le añadimos una pobre formación académica y una experiencia política más bien corta, tendríamos el perfil, yo creo que bastante aproximado, de Pablo Casado. Ni de lejos digo esto con animus injuriandi porque no pretendo un insulto, sino la descripción de una persona pública y relevante para el país, dado que es el líder de la derecha española. Una derecha que, creo, estaría en las mejores condiciones para realizar un buen papel de oposición y alcanzar, en su día, al Gobierno sino fuera por la extrema levedad de su liderazgo. Y digo esto de las mejores condiciones porque, la amputación de la extrema derecha de sus filas, le ha dado una oportunidad al partido para recuperar y reafirmar su vocación democrática, resituarse en el centro y liderar a las capas liberales, moderadas y conservadoras del país. Esta oportunidad la despreció, no la vio o no supo aprovecharla Casado, a pesar de que el fracaso electoral de Ciudadanos le dejó el campo libre y se lo puso en bandeja. El trio de Pablo, Cayetana y Teeodoro, en constante competencia con sus ex-conmilitones de la extrema derecha, dan buena cuenta de la precariedad y penuria de liderazgo que aqueja al PP. Esto perjudica a todos porque, por ejemplo, los acuerdos y consensos que se precisan para superar la crisis sanitaria, económica y social en que estamos inmersos van a ser muy difíciles, si no imposibles, sin un liderazgo serio y capaz en la derecha. Por eso los liberales y conservadores españoles tienen ante sí como reto, como tarea y como perentoria necesidad, el cambio y la renovación del liderazgo y de la dirección actual de su partido. Conviene a ellos y a todos.

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