Esta semana santa, millones de españoles echan de menos las procesiones por distintas creencias, querencias, motivos o intereses: buena parte de los católicos más devotos, los adictos y fieles al folklore y las tradiciones, los fans del espectáculo, la hostelería en pleno, el turismo y, probablemente, un largo etc. En esta país de países nuestro donde, como alguien que ahora no recuerdo dijo, siempre anduvimos detrás de los curas, para seguirlos o para perseguirlos, conviene recordar a tanto fan católico fervoroso que las procesiones son ritos heredados de nuestras religiones politeístas originarias y que el cristianismo asumió o vampirizó, como tantos otros ritos, incorporándolas a su liturgia. Y ser ese vestigio inmaterial, cultural y festivo de nuestras primigenias creencias, me parece su principal valor. Nuestras procesiones vienen de la antigua Grecia, de las procesiones al Oráculo de Delfos para escuchar los augurios enigmáticos de la Pitia en el Templo de Apolo o de las Panateneas que rendían culto a Atenéa, la Diosa de la sabiduría y de las artes; o vienen de Roma, de las Lupercales, de las Cerealias y de tantas otras. A mí el cristianismo me parece el menos monoteísta de los monoteísmos. Es un monoteísmo imperfecto o un politeísmo moderado. Así veo el enrevesado dogma trinitario. Las procesiones de semana santa son, quizá, la mejor muestra de este politeísmo que subyace en el cristianismo y, muy especialmente, en el catolicismo. Cristos y vírgenes, percibidos y sentidos como distintos y diferentes por los fieles, vienen a ser los dioses y diosas que, todavía muchos, adoran y veneran con pasión, digan lo que digan los teólogos o la misma Roma.
Los monoteísmos son excluyentes y tienden a destruirse unos a otros porque las religiones de los otros siempre son falsas. La mejor garantía, a la corta y a la larga, de conservar estos vestigios culturales, que debieran incluirse y tratarse como nuestro patrimonio histórico inmaterial, es el laicismo civil y civilizado de los Estados y de las instituciones públicas.
En la foto de LILA, el Foro de Roma, uno de los vestigios más importantes de nuestro patrimonio histórico material, uno de los lugares donde nacieron tantos usos y costumbres, hoy todavía vivos.