Mañana asistiremos a la “revuelta” de las mujeres católicas contra el patriarcado y el machismo en la Iglesia. Distintas organizaciones cristianas de mujeres dedicadas a tareas colectivas de reflexión teológica, espiritualidad, activismo social o distintas actividades de inspiración cristiana o católica han convocado a concentrarse ante catedrales o templos significativos, para reivindicar la plena igualdad de mujeres y hombres en las instituciones eclesiásticas, en el gobierno de la Iglesia y en el ejercicio ministerial y pastoral. Denuncian y combaten el patriarcado y el machismo en una institución tan especialmente marcada por el ancestral predominio del hombre sobre la mujer y por su misoginia. Tanto que, al menos de momento, la concepción patriarcal forma parte substancial de la llamada “Tradición” que, junto con las Escrituras sagradas, es para la doctrina católica, fundamento y depósito de la fe cristiana. Es decir, que las feministas cristianas lo tienen muy crudo. Y así lo deben de percibir cuando su consigna para esta titánica lucha es: “Hasta que la igualdad sea una costumbre”. ¡Largo me lo fiáis!  No es de extrañar, en consecuencia, que entre las actividades más punteras de las feministas cristianas esté muy presente un riguroso trabajo teológico. Buena falta harán agudas y excelentes teólogas para extirpar del pensamiento católico y cristiano la concepción patriarcal, originariamente presente en la explicación y en  la práctica de la fe en todas las confesiones cristianas.

Parece que la iniciativa de estas mujeres es recibida en el mundo feminista  con la satisfacción que da la sororidad, entre otras, por tres razones fundamentales: Por dirigirse directa y valientemente contra uno de los núcleos más duros y cerriles del machismo y del patriarcado; por hacer patente el pluralismo y la transversalidad del feminismo en su lucha por la igualdad de género; y por dar cuenta de la profundidad y alcance que han conseguido las reivindicaciones de la igualdad y el pensamiento feminista. No existe ya espacio cultural, ideológico, social, económico, político o vital que pueda librarse de esa revolución permanente, pertinaz y pacífica que es el feminismo.

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