Seguimos sin saber fehacientemente el estado de opinión de la ciudadanía española sobre la monarquía, porque el tinglado demoscópico de este país no pregunta sobre la Corona para no tener que reconocer el rechazo social, si existiese, al igual que el tinglado mediático no informó durante años y años sobre la mayor pate de las andanzas de los miembros de la Casa Real para ocultar sus fechorías y trapicheos. “De la monarquía, mejor ni preguntes ni informes, a ver si la vamos a cagar”, debieron pensar nuestros mandarines. Pero lo cierto es que ellos sí deben saber como está la opinión pública porque reaccionar, reaccionan. Por ejemplo, cuando al hoy Emérito se le rompió la cadera en Botswana y al mismo tiempo se destapó su lío con la Corina, el Estado movió ficha y promovió su abdicación, seguramente muy conscientes del descrédito de la monarquía en el momento y de lo que se les vendría encima. Se trató pues de salvar la Corona a lo Gatopardo.
Estas cosas vienen de viejo. Cuando Franco decidió nombrar sucesor a D. Juan Carlos a título de Rey, la opinión pública española había olvidado a la vieja monarquía borbónica y la generalidad del país, tras carente años de dictadura militar y del Movimiento, consideraba arcaico, anacrónico y un tanto pintoresco tener un Rey. De hecho, el recién nombrado sucesor de Franco era generalmente considerado un niñato pijo y un tanto atontado y los chistes sobre la tontera del heredero eran moneda corriente en el país. El entonces Príncipe de Asturias necesitaba, pues, una campaña de gran envergadura de lanzamiento y promoción de su figura para construirle una imagen positiva y un prestigio popular de los que obviamente carecía. Y así fue como se programó una gira de los Príncipes de Asturias por todo el territorio nacional vendiendo su imagen de joven pareja feliz, enamorada y simpática. Don Juan Carlos y Doña Sofía se tuvieron que tragar una peregrinación por los pueblos y ciudades de España debidamente orquestada que, efectivamente, tuvo un muy amplio efecto favorable en muchos españoles. Favorable para sus personas, más que para la monarquía. De ahí viene aquello de : “Yo no soy monárquico, soy Juancarlista”, proclamación que sonaba a disculpa por asumir vergonzantemente el “trágala” de la monarquía franquista.
Pues hoy la historia se repite y muy mal deben estar las cosas en la opinión pública para que, aprovechando, incluso demasiado apresuradamente, la desescalada de la pandemia, se programe un viaje oficial de los Reyes por todo el país para blanquear y lavar su imagen. La de los Reyes, no la del país. Y ello corriendo riesgos graves para la salud pública. Mucha necesidad tiene que haber de construir una imagen pública favorable de la monarquía.
Sin información demoscópica fiable podemos concluir, por tanto, que el prestigio de la monarquía, como tal, y de los Borbones, en particular, debe de estar por los suelos. Lo que es razonablemente deducible si, además, tenemos en cuenta el desgaste de la Corona, sobre todo, después de aquel beligerante discurso del Rey contra los catalanes independentistas, las trastadas del Emérito o el progresivo descubrimiento de los negocios sucios de D. Juan Carlos, con evasión fiscal y pingües beneficios. Situación que D. Felipe conocía, al menos desde hace más de un año.
Los reyes viajaran, sonreirán y harán infinitos alardes de empatía con el pueblo pero, creo, que la suerte de su desprestigio está echada y los días de la institución monárquica están contados. Será el viaje de los Reyes a ninguna parte. En muy poco tiempo político, solo Vox, o lo que quede de él y afines, defenderán abiertamente la monarquía. Y ello fundamentalmente por haber sido otorgada por Franco. Los demás irán acoplándose al sentir mayoritario de la ciudadanía inexorablemente.