Inés Arrimadas anunció que presentaría una iniciativa en el Congreso para reformar el art. 2 de la Constitución, y eliminar así la distinción  entre nacionalidades y regiones, dentro de España, que  la Carta Magna reconoce. La cosa parece que la provocó el hecho de que en el PP, alguien cualificado, hablase de  España como Estado plurinacional; en coherencia con  que el término “nacionalidad” que asumió “el constituyente” para designar la real existencia de naciones españolas,  buscando en “nacionalidad” un nuevo significado como punto de coincidencia que evitase conflictos peligrosos y confrontaciones histéricas entre tantos patrioteros de nuestro señor, como hay por estos pagos.

Se ve que Arrimadas pretendía participar en el debate buscando  el apoyo y complicidad de las posiciones españolistas radicales, tan abundantes en la derecha trinitaria que padecemos, pero ni Dios le hizo caso. Ni Dios, ni siquiera Vox, al que daba por el palo. Es más, ni siquiera  los llamados “nacionalistas periféricos”, los autonomistas, los independentistas o los federalistas,  adversarios suyos tan sensibles como naturales, se dieron por aludidos.

Esta indiferencia no es porque el tema no sea importante, que lo es. De hecho lo será siempre, hasta el momento en que se llegue a saber con claridad meridiana qué “cosa es España”. Que nos lo llevamos preguntando, casi dos siglos y casi todos los españolitos, sin lograr una respuesta solvente. Y digo casi todos porque algunos se han creído aquello de que “es una unidad de destino en lo universal”, curiosa definición que tampoco nadie sabe lo que quiere decir, pero que sigue vigente en una parte de la “filas prietas” de las tres derechitas españolas. Pero ni siquiera estos hicieron caso a Inés  Arrimadas.

NI caso, porque todo el mundo es consciente de que Ciudadanos está entrando en su fase terminal,  que lo más probable es que entre en coma en las elecciones andaluzas. Andalucía será  su tumba y, por tanto, da igual lo que diga Arrimadas. Pero lo patético, y a la vez trágico, es observar como Ciudadanos se aferra compulsivamente al gen patógeno y al virus político que lo destruyó: el nacionalismo españolista radical. Ciudadanos había  cruzado el Ebro como una formación del centro-derecha, incluso cuasi-socialdemócrata, impulsada por aquellos que “reaccionando” a la movida del 15-M y al nacimiento de Podemos, demandaban un “Podemos de centro-derecha”, ajeno  a la corrupción del PP y a la extrema derecha, para participar en la “movida” de la “nueva política”. Pero todo el gozo en un pozo, porque el gen anti-catalanista visceral  y el virus del nacionalismo español exacerbado llevaron a Ciudadanos, de la mano de Albert Ribera, tan bisoño como osado, a competir justo en el campo de las otras dos derechitas: la cobarde y corrupta y la virulenta y neofascista. Y claro, ganan las originales y pierde la copia.

Es por esto, creo, por lo que a Inés Arrimadas, que no ha sido capaz de reorientar la nefasta herencia de Albert Ribera, nadie le hace caso.  Y Andalucía será su tumba.

 

 

 

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