Dicen que la base del negocio bancario es la confianza. Pues van dados.

Sobre todo desde la creación práctica del oligopolio, a través de la concentración bancaria, tengo la impresión de que hay muy poca gente que no se haya sentido en algún momento  presionada, ninguneada, intimidada, engañada o incluso  amenazada, extorsionada o estafada por su banco. Y esto, hasta clientes que solo tenemos las cuatro perras de la nómina en una cuenta, para cobros y pagos  del diario trajín, o los  que su participación en el mercado financiero se reduce a un crédito personal o hipotecario  modesto o a cuatro acciones de poca monta. ¿Cuantas veces no ha pensado el personal en cerrar su cuenta en determinada entidad, cabreado por el trato recibido? Algunos lo hacen y otros desisten de hacerlo, al percatarse de que la alternativa es otro banco que va hacerles exactamente lo mismo.

Cierto día, tiempo ha, fui al banco a pagar no sé qué y me encontré con dos ventanillas. Una de “pagos” y otra de “cobros”. ¿A cual voy?, me pregunté: ¿A la de pagos, para yo pagar, o a la de cobros, para que me cobren? Me despejó la duda un avispado cliente: “Siempre ha de tenerse en cuenta el punto de vista del banco”, me dijo. Y efectivamente era la de “cobros”. Siempre el punto de vista del banco. Por eso ganan siempre. Incluso cuando pierden. Que entonces se rescatan con dinero público, aunque  la quiebra sea por su gestión mala, fraudulenta o delictiva. No puede haber confianza en instituciones que han caído en prácticas como aquellas preferentes, las clausulas suelo, las tarjetas opacas, las tasas ilegales o a traición, la complicidad en el fraude, el blanqueo, los desahucios salvajes o el gran negocio de la venta de humo en el mercado financiero. Corrupción pura y dura. Y lo peor de todo es que estamos atrapados, porque los bancos se han hecho con el monopolio de servicios esenciales de los que no podemos prescindir: cobrar la nómina, pagar recibos o cualquier operación económica.

Cae en picado la confianza en los bancos y ya ellos se están dando cuenta de que esto puede ser “una pérdida”. Tanto se han percatado de su desprestigio y del repudio y reproche ciudadanos que ya se percibe su reacción en la publicidad que hacen. Reacción que no enmienda.

Y lo que hacen es asumir el comportamiento habitual del típico maltratador:  Primero niegan serlo con la mayor desfachatez, como ING DIRECT, por ejemplo, que se presenta como “el banco no banco”. “Yo no soy de esos maltratadores…”, viene a decirnos, señalando que no cobra esto y lo otro, que los maltratadores sí cobran. O, cuando ya no pueden negarlo, culpabilizan a la víctima, como ABANCA, que reacciona como todos los victimarios, y nos suelta en su publicidad que “los bancos son como son, hasta que tú los haces de otra manera”. Es decir que la culpa de que los bancos sean “como son” la tienes tú, cliente o usuario, que no “los haces de otra manera”. Es el típico “por tu bien”, el “tú me provocas”, el “tú tienes la culpa de que tenga que pegarte”.

Esta publicidad de los bancos, tan canallesca, revela que los capitostes de la banca están  percibiendo ya el daño que puede hacerles la ignominiosa crueldad de su comportamiento salvaje, insolidario y de usura desmedida, en tiempos especialmente difíciles. Notan el desprestigio que esto les acarrea y reaccionan como lo que son: maltratadores.

Me suena esta publicidad, tan ruin, a ese humillante  sarcasmo de libro, que tanto se ejerce desde el poder y desde la impunidad.

 

 

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