Para mantenerme informado, veía ayer El Intermedio de Wayoming cuando el programa fue interrumpido, de súbito, solo para retransmitir en directo las condolencias de Felipe VI por la muerte de Isabel de Inglaterra. Supongo que lo mismo o parecido harían todas las cadenas del entramado mediático al servicio de nuestro monárquico régimen.  Y es natural porque la monarquía inglesa, bien encarnada  en la figura de Isabel II, es modelo, paradigma y sueño de las residuales monarquías del mundo actual.

La revolución burguesa en Francia cortó la cabeza del rey y la revolución proletaria de Rusia fusiló al zar, pero la primera revolución burguesa, en Inglaterra (1642-1689), recuperó la monarquía y   sometió al rey, le encargó el control civil de la Iglesia y lo convirtió en suprema “auctoritas sine potestas”:  mero símbolo del origen divino de todo poder, destinado a alienar y embridar al pueblo y contener, en los límites ajustados a los intereses burgueses de clase, el natural y, para ellos, peligroso desarrollo esperable de la democracia, a medida que la distintas capas sociales se fuesen incorporando a la participación política.

La monarquía, así, es tolerada como una suerte de autoridad simbólica “indiscutible”, que no puede venir de otro lado que de Dios, por la vía de la herencia biológica, y que se utiliza como elemento catalizador para convertir realmente las democracias en plutocracias, donde, en la práctica, el poder y la influencia se concentran en manos de los ricos.

No es que las monarquías sean imprescindibles para las actuales plutocracias vigentes, pero sí ayudan mucho, porque establecen límites institucionales al desarrollo democrático y suministran armas míticas, simbólicas y para-religiosas para embridar a las clases trabajadoras, medias y modestas, siempre sensibles a la utopía, que no quimera, de la justicia, la igualdad y la solidaridad.

Por eso se toleran hoy las monarquías del “ancien régimen”: porque son útiles a los ricos y ayudan a las plutocracias. Y en esto la monarquía del Reino Unido es paradigmática y el papel de Isabel II fue ejemplar. Y por eso vamos a asistir, estas próximas semanas, a un encadenado hagiográfico de loas, elegías y fúnebres elogios a la reina muerta, pero que se utilizarán a fondo para apuntalar a los reyes vivos, con objeto de que sigan siendo útiles a las plutocracias.

Pero también es cierto que, junto a los reconocimientos y pesares “por tan sensible pérdida”, muy bien coreados por estos pagos, porque aquí, como diría Rubalcaba, enterramos de maravilla, se mezclarán también chanzas y chistes, preñados de ingenio y sutileza, sobre todo en las redes sociales, que hoy son “corrillos y mentideros” donde afloran, en un marco de general eutrapelia, sentimientos y valoraciones  con olor, color y sabor a descarnada verdad.

Podremos comprobar así que, entre muchas gentes del común, no se aprecia ni pesar, ni dolor y mucho menos compasión cuando el que la palma es rico y poderoso. Más bien se intuye cierto regocijo general  que se derrama por las grietas de la broma y el chascarrillo. El ricachón no nos da pena e incluso parece que nos alegra que tenga que pasar, como todos los demás, por el aro de ese definitivo fracaso del individuo humano, que es la muerte.

Sin embargo, esta actitud frecuente, puede que reprochable, no se debe en la mayoría de los casos a la mala leche o a la verde envidia sino igualdad que suele frustrarse con otra contradictoria aspiración: a la exclusividad que, a mi modesto entender, responde a una profunda aspiración a la. La “pasión desordenada” por lo exclusivo en la vida y en la historia, frustra el estado ideal de justicia que sería el de la igualdad; pero he aquí que la temida muerte nos iguala irremisiblemente y por eso nos apena la muerte del próximo, del igual y nos produce inconfesable satisfacción que el privilegiado y el exclusivo la palmen como nosotros, haciéndonos a todos definitiva y fatídicamente iguales.

En todo caso, que Elizabeth Alexandra Mary de York (Lilibet) descanse en paz, que las monarquías sean demolidas y que la democracia prevalezca sobre las plutocracias. Nos iría mucho mejor.

 

 

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