Lo llaman polarización, pero en realidad, me parece,  se trata de demonización, de la satanización del adversario político para justificar su destrucción e incluso su asesinato o ajusticiamiento.

En el cristianismo, el Diablo es tan importante como Dios. Supongo que en otras religiones pasará algo similar, pero en el cristianismo desde luego.

El cristianismo alcanza su reconocimiento oficial, digamos, por la vía política. Es decir, ganando adeptos y apoyos en los pasillos del poder del imperio, hasta que Constantino en el siglo IV lo legaliza. A partir de aquí, el cristianismo se impondrá como religión, primero mayoritaria y luego única, de la inmensa mayoría de los estados de occidente y gran parte del oriente.  Por la vía del proselitismo, “evangelización”, pero también y en gran medida por la vía  de la violencia política, destruyendo sistemáticamente nuestras originarias religiones politeístas, matando y asesinando, selectiva o masivamente a los paganos, herejes o infieles, arrasando sus templos e instituciones y apropiándose de sus bienes e incluso de sus ritos, fiestas y ceremonias. Es decir, el cristianismo aniquiló el llamado paganismo con un “arma de destrucción masiva” tan dúctil y versátil, como eficaz y eficiente:  que es una cruz, cuando se la adora y venera, y es una espada, cuando siega la cabeza del infiel.

Este crimen de lesa humanidad perpetrado contra las religiones politeístas, sus fieles e instituciones, que se trató de ocultar o de sublimar durante siglos, es hoy hecho fehacientemente probado en la historiografía más seria y solvente.

Hay que decir que el Islam hizo prácticamente lo mismo, solo que dos o tres siglos más tarde, pero sin tratar de ocultarlo al no distinguir entre “religión y política”, como arteramente sí hicieron los “pensadores” del cristianismo.

Pues bien, en el diseño ideológico y doctrinal de esta gran operación, es el Diablo más importante que Dios. La cosa consistió, fundamentalmente, en “personificar” la figura del demonio, dotándolo de poderes cuasi divinos e implicándolo muy activamente en la vida de las gentes. El Diablo es Luzbel, Satán: la personificación del mal absoluto, capaz de tentar, herir, torturar, matar, poseer y cometer toda clase de crímenes y maldades en lucha abierta y constante con Dios, que es la personificación del bien supremo. Ante el Diablo solo cabe defenderse. Solo cabe destruirlo, matarlo. Contra el Diablo se justifica toda violencia, la tortura, la muerte, el linchamiento de sus fieles y la destrucción o expropiación de sus posesiones. Esta doctrina  va cristalizando en aquellos anacoretas de la Tebaida como Antonio Abad, que sufre toda clase de tentaciones, alucinaciones  y torturas del Diablo que se le aparece, a veces como un monstruo y otras como una bellísima mujer lasciva.  Siempre satanizando a la mujer. La biografía de Antonio Abad la escribió Atanasio de Alejandría, uno de los llamados Padres de la Iglesia, que fueron los que desarrollaron la “teología del Diablo”.  El resto fue fácil: con adjudicar al Diablo las ideas, personas y cosas de nuestras originarias religiones politeístas, de las doctrinas consideradas heréticas  o del propio judaísmo como hicieron, por ejemplo, Agustín de Hipona, Juan Crisóstomo, Cirilo de Alejandría y tantos otros, bastó para desencadenar la violencia institucional y social, la destrucción y los linchamientos de todas las personas, instituciones o incluso cosas, demonizadas y satanizadas por las doctrinas y predicaciones.

Por cierto que este juego de la  satanización y el uso de la cruz y la espada también resulto muy útil en la colonización americana.

Como puede apreciarse esta práctica política, diabólica, de la demonización del adversario para poder matarlo “justificadamente”, nos viene de serie por estos pagos de la “civilización” occidental y cristiana. El reciente atentado contra Cristina Kirchner es una buena muestra de ello. Es la satanización cristiana  en la política

 

 

 

 

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