A mediados del siglo pasado un joven y atildado profesor de ciencias naturales nos explicaba en clase el fenómeno de la erosión y, aprovechando esto, nos habló de la posible interferencia negativa de la acción del ser humano sobre la naturaleza y de lo peligroso que esto podría llegar a ser.

Recuerdo que aquello me impresionó de momento, pero pronto me tranquilicé al considerar que el suelo urbanizado, la naturaleza dañada o domada o el campo asfaltado, -que es lo que mi hermana la urbanita exigiría para vivir en el rural-, era poquísimo en comparación con la inmensidad de los bosques y las selvas, la amplitud de los mares y la nitidez de los cielos. Es como si me apuntara, por mi supina ignorancia, a los frívolos  chascarrillos con que  Rajoy y, según él,  su primo, por aviesos intereses, se dedicarían a combatir las tesis científicas y ecologistas medio siglo más tarde.

Ignoré los avisos y cauciones de aquel profesor, avispado profeta proto-ecologista. Claro que esto siempre se hizo con los profetas. Como mínimo. Porque lo habitual era correrlos a pedradas, como se suele hacer ahora con “el mensajero”, que eso viene a significar la palabra profeta.

Pronto me di cuenta de que el atildado profesor tenía razón. Caí de la burra mucho antes  que el primo de Rajoy y que Rajoy mismo, que deben de estar cayendo ahora, al menos de boquilla.

¡Hay que ver lo que tarda el ser humano en descubrir que, cuando el calor tanto aprieta, es que la cosa está que arde!

A los profetas hay que escucharlos y hacerlo a tiempo porque, si no, es como correrlos a pedradas. Y hoy estamos recibiendo lúcidos y preocupantes mensajes proféticos sobre nuestro cosmos, nuestra democracia, nuestra podredumbre, nuestra Europa, nuestra desigualdad, nuestra violencia y nuestros diversos y crueles abusos. Si no los escuchamos, más pronto que tarde nos abrasaremos, nos ahogaremos o nos mataremos entre nosotros.

La erosión, que explicaba aquel atildado profesor,  puede ser metáfora de la carcoma de nuestra esperanza.  ¿Empieza ya a ser “no deseable” nuestra posible longevidad, por aquello de “mejor  no verlo”?  No sé yo.

 

 

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