El que esté sin contradicciones que tire el primer reproche. Todos llevamos algo dañino dentro, pero como decía Paracelso, “solo la dosis hace el veneno” y es esa dosis excesiva de veneno lo que hace tóxicas a algunas personas.

Suelen ser personas infelices y desconfiadas de todo y de todos; viven alerta y alarmadas; se abren camino por la vida a codazos en busca de espacios que siempre les resultan angostos;  realmente sufren mucho y, en el fondo buscan  alivio y gozo en el sufrimiento del otro;  sería algo así como “mal de muchos, consuelo de tóxicos”; hurgan en la vida de todos, de quien todo saben, y no dudan en utilizar su información, laboriosamente conseguida, para denigrar, malmeter, sembrar cizaña  y  provocar el dolor o la angustia, incluso en los mas próximos; disfrazan la inoculación de su veneno con mantos de cálida confidencialidad y antifaces de obligada  sinceridad.

Las personas tóxicas, además, tienen y desarrollan la habilidad de denigrar, herir y desprestigiar a sus víctimas incluso cuando hablan bien de ellas, porque lo hacen como compasivamente, desde la condescendencia, desde la conmiseración y desde ese paternalismo tan desarrollado en el patriarcado. El resultado es la insidia pérfida y destructiva.

Si las observas, las personas tóxicas están siempre “en prevengan”, siempre apuntando para disparar. Y es natural porque “tóxico” tiene que ver con la palabra griega que significa flecha y hace referencia a uno de aquellos trabajos que Hera impuso a Hércules: matar a la Hidra de Lerna. Lerna está cerca de Nauplia, la bella ciudad del Peloponeso a donde hoy van muchos griegos a veranear. Pues allí vivía la Hidra, una serpiente que tenía tres cabezas pero que, cuando se le cortaba una, se le generaban dos y así llegó a tener innumerables cabezas. La Hidra era muy venenosa y, una vez vencida y descabezada por Hércules, el héroe mojó la punta de sus flechas en la sangre de la sierpe envenenándolas, lo que le permitió matar de un flechazo al centauro que intentaba beneficiarse a su esposa Deyanira. El mismo Hércules moriría, lenta y dolorosamente, quemado con aquel veneno que contaminó su túnica de cuero.

Llevan el veneno de la Hidra. Guardémonos  de las personas tóxicas.

 

 

 

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