De pregonar y cantar, un día sí y otro también, las bondades, ventajas y utilidades de la Constitución se encargan los corifeos de la llamada “corrección política”, los guardianes de la ortodoxia ideológica, los que viven “en” y/o “de” las instituciones, los politólogos a sueldo y los que van por libre, los almuecines de los minaretes mediáticos, mercenarios o no, los estudiosos y analistas, acertados o no, y tanta gente del común, adoctrinada o no. Y hay verdad en lo que dicen, pregonan o cantan, pero solo parte de  verdad. Porque nuestra Carta Magna también tiene sus tachas, carencias o patologías, genéticas o no, que no se me van de la cabeza.

La Constitución además de ser la carta fundamental de una democracia, ciertamente de baja intensidad, que nos homologó, más formal que realmente, con Europa y nos permitió entrar en la UE, también sirvió para otras muchas cosas no tan edificantes.

Sirvió, por ejemplo, para garantizar la impunidad de los torturadores y criminales del franquismo, que es verdad que se están yendo…, pero de rositas; para prolongar la vergüenza nacional de las fosas comunes, igual que en Camboya; fue muy útil para  la continuidad de los negocios de muy determinadas fortunas, amasadas con la harina de la corrupción franquista; facilitó, sobre todo por su desarrollo, el bipartidismo, que es una suerte de régimen “oligopolítico”, que sirvió para embridar la naciente democracia y demostró su idoneidad como caldo de cultivo de la corrupción; mantuvo una especial relación con la Iglesia católica, que goza de  injustos y anacrónicos privilegios, fiscales por ejemplo, y que  hizo posible la supervivencia, muy activa, de aquel nacional-catolicismo que llamó cruzada al golpe de Estado de 1936 y bendijo sus armas;  y, en fin, aseguró la vigencia del contenido de la “Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado” (1947) y su principal consecuencia, a saber: El nombramiento de  D. Juan Carlos como “sucesor de Franco a título de Rey”, saltándose la sucesión dinástica natural, asegurando la continuidad “gatopardiana” del franquismo y adjudicando, de facto, al régimen de 1978 el carácter de “monarquía otorgada”.

Otro aspecto, muy negativo, de nuestra Carta Magna  viene dado por el hecho de que esta Constitución solo tuvo padres. Solo padres. No tuvo madre. Se crio sin ella  y así salió. Es patriarcal, si no machista, hasta las cachas y a la mujer no se la ve por ninguna parte, está sobreentendida o silenciada, es invisible. No se habla de las mujeres específicamente. Solo se  refiere a ellas como esposas y madres y en un par de ocasiones. Para empezar, por tanto, habría que darle un repaso general para introducir la perspectiva de género en toda ella y afirmar, por ejemplo, que “la soberanía nacional reside en las mujeres y hombres españoles, de los que emanan los poderes del Estado”

Creo que bastarían estos ejemplos para fundamentar una reforma a fondo de la Constitución. Dicen que no hay condiciones políticas para ello y no es verdad. Lo que no hay es voluntad partidista o partidaria de abordar el asunto. Porque las condiciones esenciales sí se dan y son: la imperiosa necesidad, la urgencia de reforma y la aceleración del desarraigo social creciente que sufre nuestra ley fundamental. Esto se evidencia en dos hechos bien significativos: De una parte, el dato de que las dos o tres últimas generaciones, es decir más de media España, no han votado esta Constitución y, de otra, el hecho de que en el debate político, partidista y sectario, cada vez se agranda más la brecha entre los llamados “constitucionalistas” y los que no son así considerados. Debate trampa con el que las derechas, más extremas y reaccionarias, tratan de apropiarse indebidamente de la Constitución misma, sacralizándola y cerrándose a cualquier reforma sustantiva, pero incumpliéndola descaradamente en sus mandatos más progresistas y/o sociales. Otra apropiación indebida. Como han hecho ya prácticamente con la bandera, el himno y otros  símbolos patrios, que acabarán representado solo a esa España que lleva siglos helando el corazón de los “españolitos que guarde Dios”. Es un proceso nefasto de devaluación de símbolos e instituciones. En realidad, las derechas extremas y reaccionarias no son constitucionalistas, sino solo anti-reformistas y los llamados anti-constitucionalistas son solo reformistas. Y, de  llamarles algo,  podrían ser tildados de “antisetentaiochistas”, por ejemplo, pero nada más. Que aquí constitucionalistas somos todos. De ésta o de otra, pero constitucionalistas.

La reforma, y a fondo, de la Constitución es esencial para la supervivencia y maduración de la democracia en España. Si no se aborda, nuestra Carta Magna pasará de ser “dura Lex, sed Lex”, a ser “Lex, sed odiosa Lex”. Y, sabido es, que una ley odiosa no funciona nunca y solo sirve para causar dolor, injusticia y muerte. Así lo veo.

 

 

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