A mi me parece que el desbordante culto a la Virgen de los cristianos y que derrochan los católicos sobre todo, ha sido muy relevante para el cristianismo. Tanto doctrinal e internamente para los creyentes, como externamente para facilitar la expansión del cristianismo, alcanzar influencia social y cultural en la civilización grecolatina y para, en definitiva, construir la organización eclesiástica que habría de compartir el poder político en el imperio y habría de barrer, por cierto muy violenta y eficazmente, el entramado religioso politeísta.

Internamente  María, madre milagrosa del que trajo la salvación, sería la contraposición maniquea perfecta a Eva, que trajo el pecado, el parto con dolor y la muerte o a Lilit, que rechazó la sumisión al hombre y por ello fue repudiada por Dios . Sumisión preceptiva al hombre  que se manifiesta en el “hecho” de que Eva se crea con una costilla de Adán y en que María se declara la esclava del Señor, eternamente virgen.

Estos mitos son, en verdad, interesantes y muy reveladores del origen milenario del funesto patriarcado que arrastramos, pero también me parece importante considerar la repercusión histórica que la figura y el mito de María tuvieron en la expansión del cristianismo.

Las religiones netamente monoteístas son, sin duda, el Judaísmo y el Islam. El cristianismo es más una religión de monoteísmo imperfecto o bien de politeísmo limitado. Ello quizá se deba al tremendo esfuerzo de  las primeras comunidades cristianas por integrarse en el mundo grecolatino, donde habían de sobrevivir, primero, y de florecer muy pronto.

De hecho los instrumentos y conceptos con que se elabora la teología cristiana son los mismos del pensamiento grecolatino. Esto es patente en como se produce el primer gran debate cristiano, tras romper con los judaizantes: el debate trinitario, que ocupa los primeros siglos de la era cristiana. Aquí nace la gran primera síntesis entre las religiones politeístas y el cristianismo, lo que facilitó la sustitución de aquellas por éste como religión del imperio. El dogma trinitario es esa síntesis, no por rebuscada menos eficaz. Una única naturaleza divina con tres personas distintas casan definitivamente el monoteísmo heredado del judaísmo con el politeísmo  de las religiones entonces hegemónicas. Es premonitorio, en este sentido, el discurso, un tanto demagógico, de Pablo de Tarso en el Ágora de Atenas.

Pues bien, en el mismo momento en que se cierra prácticamente ese debate, Concilio de Éfeso, se consagra el culto a María como madre de Dios, es decir, como una diosa, por mucho que se haya inventado eso de la “hiperdulía” para diferenciar el culto a María, del culto de “latría” a Dios, por una parte, y del de “dulía” a los santos, por otra. Distingos escolásticos aparte, lo cierto es que María es la gran Diosa de los cristianos y así es sentida y venerada por muchos.

Yo creo que el dogma trinitario y el culto a la Virgen María, son las dos grandes y hábiles concesiones doctrinales cristianas al politeísmo, que permitieron hacer tragable la nueva religión de Cristo en la cultura grecolatina, a la sazón predominante, que ayudaron mucho a que el cristianismo llegara al poder del imperio y pudiese así destruir violentamente el culto politeísta, llamado pagano, y drásticamente demonizado por los llamados Padres de la Iglesia.

Creo que los cristianos tienen una deuda histórica humanitaria pendiente, por la sangrienta destrucción del politeísmo: de las diversas religiones, de tantos de sus fieles y de innumerables “tesoros” de su cultura; los cristianos de religión o creencia y los cristianos de  “cultura y civilización”, que somos  casi todos los que nacimos y vivimos por estos pagos.

Yo así lo veo y siento.  Y creo que, contándolo, algo hago, aunque ínfimo, para satisfacer la deuda.

 

 

 

 

 

 

Comparte esta entrada