Los premios, hoy llamados Princesa de Asturias, son la mejor muestra de cómo cobra valor un premio por la calidad de los premiados. El premio se prestigia por quien los gana y no tanto por quien los otorga, sea este el que sea.

Estos últimos meses asistimos a una, creo, que bien diseñada campaña de recuperación de la imagen, tan ajada y desprestigiada, de la Corona española y de la monarquía borbónica. Los estrategas de esta operación están haciendo pivotar la campaña, sin escrúpulos ni complejos y casi exclusivamente, sobre la figura de la princesa Leonor: una adolescente libre, como es natural, de cualquier molesta sobrecarga o incómoda mochila vital y, por tanto, muy útil para proyectar una imagen limpia y suscitar la simpatía y la adhesión que, de suyo, genera el candor. Es una hábil maniobra, sin duda, aunque despida un cierto olor agrio a torpe manejo, para quien tenga un cierto olfato.

La joven princesa con uniforme militar en la Academia, en la jura de bandera o en la gran parada castrense de la fiesta nacional, su mayoría de edad próxima, su solemnizado juramento de la Constitución ante las Cortes Generales y, ayer, su actuación  en los premios que llevan su “nombre”,  son escenarios adecuados para la intensa y extensa campaña mediática, prolija en halagos, ditirambos y lisonjas, que están proyectando una luz pública y cegadora, para ver si se diluyen las sombras, más bien negras, que hoy está proyectando la institución y  que la heredera estaría llamada a encabezar en el futuro.

Pero visto y dicho todo esto, creo que, cuando la maduración democrática del país nos traiga una república, los hoy llamados “Premios Princesa de Asturias” y la Fundación que los gestiona debieran perdurar y mantenerse esencialmente en la misma línea de actuación que, con tanto acierto, han desempeñado desde su creación, allá por el año 1980. Solo habría que volver al nombre originario que su promotor e impulsor, el ilustre periodista asturiano Graciano García, dio a la fundación. Pasarían simplemente a denominarse “Premios Principado de Asturias”. Lo demás debiera permanecer, porque es evidente el acierto y brillantez de esta institución, porque ha sido y es valiosa y muy útil para la proyección internacional del país y, sobre todo, porque resulta un instrumento eficaz para promover valores democráticos, culturales, éticos, sociales y políticos de enorme interés para la ciudadanía.

Hagamos votos, nunca mejor dicho, por los “Premios Principado de Asturias” y larga vida a su Fundación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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