Parece que será mañana, martes 22, cuando Felipe VI grabe su discurso de navidad. Será todo un espectáculo ver como reacciona el fiel aparato mediático: pretoriano y mercenario.

No cabe duda de que el discurso, por muy mal o por muy bien que le salga, no tiene la densidad de un gran acontecimiento con la envergadura suficiente para que, por sí mismo, desencadene un cambio. Un cambio, tanto en la dirección de recuperar el prestigio perdido de la Corona y de la monarquía, como en la dirección contraria de provocar el advenimiento de la república. Los más activos defensores de la república, así lo reconocen. Sienten y creen que se avanza notablemente hacia un cambio de régimen, pero saben que aún no está madura la situación para que este cambio se produzca, con normalidad, por un proceso democrático de reforma de la Constitución, que es como se pretende.  La cosa puede estar más cerca, pero no ha llegado.

Esta realidad hará que los, digamos, monárquicos estén tranquilos y se dediquen tras el discurso del Rey, diga lo que diga, a predicar que el actual monarca no se ha contaminado con el virus de su padre, que ha sabido mantener la distancia de seguridad y se dirá de Don Felipe, lo mismo que en los días de vino y rosas se decía de Don Juan Carlos aunque, claro está,  con un índice muchísimo menor de credibilidad. En todo caso, dirán que lo sucedido no tiene tanta importancia, que pesan más los méritos que los pecadillos y que la prueba es que, “gracias a Dios, las cosas  no cambian y siguen como están”.

En que el discurso de Navidad no cambiará las cosas, diga lo que diga, estarán de acuerdo los republicanos. Y también quedarán tranquilos, porque ellos saben como Stendhal, según Stephan Zweig,  “que los cambios no dependen necesariamente de grandes acontecimientos; en muchas ocasiones  añadir una medida mínima a la cantidad que ya se había acumulado puede provocar una profunda transformación de forma inmediata”. Es aquello de la gota que colma el vaso.

El vaso de la monarquía borbónica está muy lleno y falta muy poco para que solo se contenga el derrame por la mera tensión superficial. Falta muy poco. Y esto debieran tenerlo muy  en cuenta monárquicos y republicanos, derechas e izquierdas, tirios y troyanos para realizar la nueva transición democrática y civilizadamente, es decir, sin que el derrame del agua borbónica, realmente bastante sucia, lo manche todo.

 

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