Ojalá me equivoque, pero se me antoja que el proceso de deterioro democrático que estamos viviendo dará muy pronto un salto cualitativo y la extrema derecha gobernará en este país.
Puede que Vox solo participe en el Gobierno que se avecina, pero la extrema derecha es hoy mucho más que Vox. Extrema derecha es buena parte de la judicatura de ideología ultraconservadora y de militancia reaccionaria; lo son núcleos muy importantes e influyentes de los ejércitos y de las fuerzas de orden; lo son una parte muy importante de los medios de comunicación y de periodistas, de clara militancia ultra, y otra buena parte cómplice, aquiescente con el radicalismo neoliberal de corte “trumpista”, dispuesta a blanquearlo todo y dando la batalla diaria para que los demócratas y la izquierda pierdan la llamada batalla cultural; y ultraderecha sigue siendo una buena parte del Iglesia católica, muy influyente en la sociedad española todavía, y desde luego prácticamente toda su jerarquía que, parece mentira, no ha perdido aún el pelo de la dehesa propio de su “cruzada” del 36. La extrema derecha es hoy un siniestro magma social, cultural y político que trata de expandirse globalmente, lubrificado con la “postverdad”.
Hoy, lo nuevo ya no es que la derecha extrema cuente con un partido explícito y propio, con importante representación parlamentaria y acceso a gobiernos municipales y autonómicos. Hoy lo nuevo es que la derecha extrema es prácticamente mayoritaria en el propio PP, donde los demócratas, si no huyen o pasan, callan porque están siendo derrotados por elementos reaccionarios y extremistas, como Ayuso, o están acomodándose al “nuevo orden” que se avecina, como Feijóo.
Yo quiero y creo saber que este “nuevo orden”, a medio o largo plazo, fracasará porque lleva la corrupción y la podredumbre en su entraña y porque es objetivamente incapaz e impotente de abordar, racionalmente y con eficacia mínima, los problemas y demandas de cualquier país, de la comunidad internacional y del mismo género humano, que hoy se juega su supervivencia. Pero esto poco o nada me consuela a mí, que solo tengo el plazo corto, ni tampoco me parece tolerable que tengan que sufrirlo generaciones jóvenes actuales y futuras.
Por estas razones creo que las personas, colectivos, entidades y asociaciones de carácter progresista, demócrata o de izquierdas deben dejarse de zarandajas y emplearse a fondo en dos tareas principales: Antes de nada, en tratar de evitar que la extrema derecha, explícita o solapada, llegue a las instituciones y gobiernos, especialmente al Gobierno del Estado y, en segundo lugar pero igualmente de primordial importancia, depurar y abolir todos los restos, normas, mecanismos y órganos que en los anteriores gobiernos han sido contaminados o pervertidos por la extrema derecha y que son susceptibles de ser empleados para conculcar derechos y demoler la democracia misma. Piénsese en dos ejemplos bien claritos: la renovación de los órganos del poder judicial, si no ya ilegales sí ilegítimos a estas alturas, o la derogación de normas como la “Ley Mordaza” antes de acabar la legislatura, estableciendo legislación y controles que garanticen la democracia a corto, medio y largo plazo.
Por todo esto creo que las diferencias entre los demócratas y entre las izquierdas deben abordarse siempre con el “debate limpio” y la “competencia virtuosa”, que preserven lo fundamental, pero ahora con más razón. Porque a mí me parece que la plaga, la de verdad, viene ahí.