Si “hubiera jueces en Berlín”, el ciudadano Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias no podría regresar a Sanxenxo tranquila e impunemente. Pero como en este país “no hay jueces en Berlín”, el citado ciudadano solo podrá comprobar el reproche cívico general y creciente que se ha ganado en el tiempo que fue Rey de España y aún después, cuando ostentó el espurio título, inventado para él, de “Rey Emérito”. Título que, dada la trayectoria política y personal del titulado, suena a ironía, si no a puro sarcasmo.

Don Juan Carlos Alfonso Víctor María va a notar cómo merman las  filas de vasallos y aduladores, cómo se notan y se hacen notar las espaldas de muchos que antes veía de cara, cómo se hacen magras las presencias y sonrisas y como crecen las ausencias y recriminaciones. Hasta puede que llegue a comprobar, si permanece aquí un tiempo, cómo los antiguos y bien orquestados baños de masas se convierten en protestas colectivas de reprobación y vituperio, precisamente por haber convertido su corte en la valleinclanesca “Corte de los milagros”.

Podrá constatar el “Emérito” como su hiperbólico y hagiográfico prestigio de “salvador de la democracia” ha devenido en la consideración de “persona deleznable” en prácticamente todos los sentidos de la palabra: desde su facilidad para resbalar y caerse hasta su condición actual de censurable e indigno de aprecio. Podrá comprobar también como sus apoyos y reconocimientos públicos y privados cada día se reducen más y se van circunscribiendo a los ambientes y sectores más reaccionarios y atrabiliarios de la sociedad española.

Don Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias debió haber calculado y tenido en cuenta que, aunque aquí “no haya jueces en Berlín”, sí hay ciudadanos.

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