Parece que es fácil acordarse de donde estaba uno cuando sucedió un hecho muy gordo o relevante y, sin embargo, yo casi nunca caigo. No recuerdo, por ejemplo, donde estaba y que hacía el día que mataron a Kennedy, lo cual no deja de ser inquietante, dado que el asunto no está del todo esclarecido y no tengo coartada.

Por eso, en esta ocasión, decidí apuntarlo para no olvidar. Nelson Mandela nació tal día como hoy hace 103 años, pero cuando murió, el 5 de diciembre de 2013 yo estaba en Navelgas. Para ser más exactos, en la casa llamada Madreselva, que se asienta en las profundidades húmedas y verdes de La Rebollada de Muñalen, a tiro de piedra de Tineo.

Fueron días fríos y luminosos. Prados y bosques amanecían de manto blanco y helado para que el sol, a medida que trepaba tenaz hacia lo alto de lo montes, los fuese desnudando lentamente  de la niebla y de la cencellada, dejando los prados de verde muy vivo y los bosques de rojo, amarillo  y ocre. En ropa interior de otoño. Asturies, tan bella como brava y tan dulce como recia. De todo esto tengo siete testigos a los que, espero, los dioses les conserven sus facultades mentales para poder declararlo, si a  ello hubiese lugar.

Por esperada y por irremediable, la noticia de la muerte de Madiba, como a Mandela llamaban los ancianos de su tribu, no nos sobrecogió y decidimos celebrar su memoria, conmemorando la fertilidad de su vida. En su memoria brindamos al inicio de nuestro yantar en torno a la mesa en un restaurante con el significativo nombre de Casa Emburria, justo al pie de Tineo. Levantamos nuestra copa recordando al hombre que supo emburriar, es decir, empujar con fuerza a todos los pueblos y a todas las razas por el camino áspero, pero luminoso, de la libertad y de la dignidad. Con fuerza y con voluntad de concordia.

Rendimos modesto pero sentido homenaje al hombre que hoy es reconocido por todas las naciones y por todos los poderes como el gran líder libertador, pero que también desde esos poderes, hasta hace  muy  poquito tiempo político, fue tildado y señalado  como terrorista y encarcelado por ello: precisamente por reconocer y asumir el derecho al uso de la fuerza en defensa propia, es decir, para defender o alcanzar  aquellos derechos suyos, de su pueblo o de su raza, de los que hoy se considera  denodado paladín.

Esto también conviene recordarlo y, sobre todo, reflexionar sobre ello sin juicios previos y muy conscientes de no saber lo que se nos puede venir encima.

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