Mi suegra Carmiña, nacida a principios del siglo XX en una ilustre familia de Betanzos había transmitido a su hijos, en Lugo, un dicho o sentencia de su acervo familiar, que se utilizaba para dar fe o afirmar la veracidad de alguna noticia o relato. La expresión talismán era: “¡Periódico de La Coruña!”. Se decía, por ejemplo: “¿Sabes?, han detenido a Foucellas ¡Periódico de la Coruña!”.

La exclamación “¡Periódico de La Coruña!” (sic) era un rotundo criterio de autoridad y de verdad que descansaba en que, lo afirmado, procedía de uno de los periódicos de la capital y eso iba a misa. Es decir, el periódico de A Coruña gozaba de la presunción de veracidad.

Como puede apreciarse, en Betanzos, al menos en la familia de Carmiña, se había llegado a la célebre y celebrada conclusión de que “el medio es el mensaje” mucho antes de que lo hiciera el erudito profesor canadiense McLuham. Lo que demuestra que Betanzos de los Caballeros se había descubierto como parte de la “aldea global” antes que nadie.

Este descubrimiento, de Carmiña y de McLuhan, es lo que mejor explica la enorme fuerza de los medios de comunicación llamados convencionales. Por eso, al menos de momento, todavía es más creíble una noticia o relato publicado en un medio de comunicación convencional, que lo que se transmite a través de internet. Entre otras cosas, porque lo que dice un periódico, una emisora de radio o un canal de TV viene firmado y se sabe quien lo dice, mientras que lo que nos llega por las redes nadie lo firma y nadie lo respalda. Solo se transmite envuelto en una nube de insolvencia e impunidad. La proliferación de bulos y falsas noticias es una buena prueba de ello y hace muy bien el personal en defenderse de esta agresión informativa y en tomar medidas de discernimiento, que buena falta hacen. Lo que está claro es que, lo que llega por internet, cada vez goza menos de la presunción de veracidad y el personal desconfía cada vez más y se aplica a contrastar lo que se le cuenta.

Pero no nos engañemos, porque también los medios de comunicación convencionales están atravesando una muy merecida crisis de credibilidad. No tanto porque suelten noticias falsas, que también lo hacen demasiadas veces, sino porque con el tratamiento de la información, la elección de las noticias, el juego sucio de titulares equívocos o insidiosos e infinidad de hábiles manipulaciones corrompen la noticia. Utilizando usencias y presencias, medias verdades y verdades a medias informan, orientan e influyen al servicio de intereses determinados. Intereses no siempre rectos y confesables. Y lo hacen a sabiendas. Además, tratan de camuflar sus servidumbres bajo la apariencia de independencia o el paraguas de la libertad de prensa y otros fundamentales derechos, tan esgrimidos como vulnerados. Es decir, también nos mienten

En la pared o muro de una casa, creo recordar, que próxima a la estación del tren de A Coruña, sobrevive una pintada que dice: “La Voz de Galicia miente”. ¡Vaya, precisamente un “periódico de La Coruña”! Si la mayoría de los medios de comunicación acaban corrompiéndose, tendremos un problema democrático y de sanidad cívica muy grave porque perderían esa presunción de veracidad, que necesitamos tanto. Ahora bien, la tesis de Carmiña y McLuhan seguirá siendo válida porque “el medio sigue siendo el mensaje”, solo que, desgraciadamente, ahora el mensaje sería espurio, maligno e infeccioso. Como el medio.

¡Ah, si Carmiña y McLuhan levantaran la cabeza!

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