Dicen los analistas que Sánchez ha sufrido un resbalón peligroso en su juego de alianzas para sacar adelante otra prórroga del estado de alarma. Parece que hizo concesiones a BILDU que, no siendo nada del otro mundo en la práctica, levantaron ampollas. Se trata de la derogación de la reforma laboral del PP en su totalidad, cosa, que como muy bien explicó la Ministra de Trabajo e su día, es posible y deseable materialmente pero no formalmente porque, como toda norma, tiene aspectos, digamos formales y neutros, que son válidos y es deseable que permanezcan. Es decir que no basta con una derogación a pelo, hay que derogar lo derogable y mantener o sustituir lo neutro y necesario para evitar vacíos legales. O eso es lo que yo entendí. Lo que se le reprocha a Sánchez tampoco es, por tanto, la materialidad posible y previsible del acuerdo con BILDU, sino sus aspectos más formales. Por ejemplo, que el acuerdo se haya hecho a espaldas de los actuales socios y aliados del Gobierno. Sobre todo a espaldas del PNV, que va a competir con BILDU en la próximas elecciones vascas, o sin consultarlo con los agentes sociales, que están cooperando aceptablemente en las medidas laborales y sociales que el Gobierno está tomando para, como dicen, “no dejar a nadie atrás”. De hecho la patronal ya ha aprovechado el resbalón de Sánchez para marcar distancias, seguramente porque la cúpula de la CEOE no se siente muy respaldada, en lo acordado, por un tejido empresarial tan montaraz o ultramontano, como el que tenemos aquí.
Conviene recordar que, antes de la pandemia y durante dos largos años de “aquella inestabilidad política”, nos cansamos de escuchar a doctos y expertos que el “cómodo bipartidismo imperfecto” se había terminado, que el Congreso hoy era mucho más plural, como la sociedad misma, y que, por ello, nuestros políticos debían aprender a dialogar, acordar y pactar, es decir, se subrayaba, “debían aprender a hacer política”. Pues bien, eso es precisamente lo que está pasando: que nuestros capitostes están aprendiendo. Más o menos rápido, bien o mal, pero aprendiendo eso que han dado en llamar “geometría variable”, copiándolo de la mecánica. Y lo está aprendiendo el centro-izquierda, hoy en el poder (porque este gobierno es de centro izquierda y no otra cosa), y lo aprende la derecha en la oposición.
En la derecha, por ejemplo, hay que ver lo que sucedió desde la foto de Colón hasta hoy: Primero los ultras marcaron el paso. Supongo que el paso de la oca. Luego Cs casi se hunde y logra sacar la cabeza desmarcándose de aquella ultraderecha trinitaria. Vox crece con fuerza y el PP logra un cierto movimiento uniformemente retardado en su espectacular caída, agarrándose como puede a Vox, aunque frustrando a muchos y perdiendo parte de su electorado de centro y más moderado. Hoy con Vox se dedica agitar a los pijos de los barrios ricos, que se salvan del ridículo gracias a tanta prensa afín que amplifica sus movidas y tapa sus vergüenzas. Es decir, están aprendiendo con el método más tradicional: la letra con sangre entra.
Luego está la izquierda que se está comportando, muchas veces, como aquel “Aprendiz de Brujo”, del que contaba Goethe que, por su inexperiencia y torpeza todo lo estropeaba cuando se le confiaba una tarea o responsabilidad. Como “elefante por cacharrería” o “tirando piedras a su propio tejado” parece que aprende dolorosamente la izquierda. Parece que la izquierda aun no se ha enterado, al menos del todo, de que negociar no e sinónimo de engañar y que la llamada diplomacia florentina no es el arte de “llevar al huerto” a un adversario. El reconocimiento acertado de la realidad, el diálogo, la búsqueda de la coincidencia posible de intereses, el acuerdo diáfano y la lealtad entre los negociantes son las buenas condiciones para hacer política y estaban también en el espíritu de aquellos comerciantes y gobernantes florentinos a los que se ve dialogando en esta tan bella escultura renacentista que capturó LILA en la ciudad del Arno. Es decir todos estos solo son aprendices de brujo.